La lectura de un apotegma del abad Juan contada por Casiano ha suscitado en mí ciertas reflexiones. 

Me gustaría compartir con vosotros la sentencia del santo padre y las recapacitaciones a que me ha llevado. 

Ahí va el aforismo:

“El abad Casiano cuenta del abad Juan que había ocupado altos puestos en su congregación y que había sido ejemplar en su vida. Estaba a punto de morir y marchaba alegremente y de buena gana al encuentro del Señor. Le rodeaban los hermanos y le pidieron que les dejase como herencia una palabra, breve y útil, que les permitiese elevarse a la perfección que se da en Cristo. Y él dijo gimiendo: «Nunca hice mi propia voluntad, y nunca enseñé nada a nadie que no hubiese practicado antes yo mismo»”. 

Sigo:

La frase es enormemente significativa y útil para todos los que buscamos una vía de mejoramiento interior, sea esta vía la que sea. Veamos:

“Nunca hice mi propia voluntad… «

Solemos pensar que actuamos por propia decisión.

Lo cierto es que, sin meternos en profundidades, observando solo lo que concierne a nuestra vida externa, nuestra vida en la sociedad, ¿qué autonomía tenemos?

Estamos sujetos a infinidad de normas (la mayoría imprescindibles para poder convivir), y a todo tipo de vínculos: sentimentales, ideológicos, educacionales… Cuando no es la política es la economía, cuando no los convencionalismos sociales; siempre hay algo que nos atrapa y nos obliga en alguna dirección. 

Lo bueno, lo que realmente nos liberaría de tantas cadenas, sería ser conscientes y aceptar que por encima de todas las normas y comportamientos humanos hay una Voluntad Superior que es la que verdaderamente fija nuestros destinos –aunque opere de forma incomprensible para nuestras capacidades intelectuales- y actuar según tal Voluntad Superior.

Podemos preguntarnos, ¿si no puedo comprenderla cómo la identificaré? Y, ¿cómo voy a aceptar y seguir algo que no puedo entender ni identificar?

Lo cierto es que no es tan difícil, en el fondo de nuestro ser están el conocimiento y la Verdad. Ahí tenemos que ir, a nuestro interior más íntimo. 

Tenemos que aprender a escuchar nuestra conciencia profunda, a diferenciarla de lo que podríamos llamar, ‘conciencia externa’: el razonamiento intelectual producido por las impresiones sensoriales provenientes del exterior. No dejarnos arrastrar por las  cosas, sensaciones  y emociones de la superficie. ¡Ojo! No se trata de no sentir. Se trata de no atarse a dichas emociones, de colocarlas en su justo sitio, apreciarlas en su justa medida y darlas el valor que corresponde. Ni menos, ni más. 

Igual que educamos el cuerpo y la mente con estudio y entrenamiento adecuado, podemos educar el espíritu con ejercicios ad hoc. Uno de los primeros y más importantes –por no decir el más importante- es, adiestrar la mente a centrarse a no divagar, a permanecer tranquila y en calma:  quieta. Los griegos  denominaban a este estado de la mente Ataraxia, ausencia de deseos y temores, o según los padres del desierto: Apatheia: equidad, imparcialidad, una mente sin alteraciones emocionales. ¡No confundir con apatía! Lograr la apatheía requiere entusiasmo, dedicación, empeño y ánimo…, hay que ser todo lo contrario de apático.

Todo lo que aprendemos, todo lo que creemos saber: nuestras costumbres, nuestros gustos, nuestros apegos… se han ido formando a base de repetición. Las conexiones neuronales se forman por repetición. Dándole a la mente algo en qué fijarse, a fuerza de repetirlo, lograremos que se centre, reconozca, identifique, se hermane y se nivele con el pensamiento que le hayamos propuesto. Eso es lo que se denomina meditación. Ahora bien, si el pensamiento, idea, objeto o entidad que repetimos es de naturaleza física o intelectual, será a algo intelectual o físico a lo que ataremos nuestra mente. Cuando deseamos algo fervientemente, ya sea enamorarnos de una persona o ansiar alguna otra cosa material o intelectual, constantemente dirigimos nuestra atención hacia esa persona, ese proyecto, idea o deseo, hasta que se convierte en lo más importante para nosotros. Lo que ocurre es que eso no nos llevará más allá de la emoción, sentimiento, o conocimiento físico. Si queremos ejercitar el espíritu tendremos que fijarnos en algo de carácter espiritual. Una frase, una idea, una persona que nos aproxime a la espiritualidad. 

Hemos tenido la gran fortuna de habérsenos concedido, por parte de una persona del más alto grado de espiritualidad, una frase que resulta muy propicia para el crecimiento de nuestra naturaleza sutil: “Hágase tu voluntad, tanto en la tierra como en el cielo”. Esto nos ayudará a aceptar la Voluntad Superior, a advertirla y penetrarla. Y además a comprender mejor el Aikido y practicar waza con más autenticidad. En nuestro arte, hay quienes confunden el unirse al ki del compañero con aprovechar la fuerza de su ataque para volverlo contra él. Es evidente que  nada tiene que ver esto con hermanarse, con la equidad, la imparcialidad, con ai-nuke (mutua preservación), con el amor y la armonía. Ni con las palabras que el Fundador del Aikido promulga, con su enseñanza incuestionablemente espiritual. 

¡Aceptar, y Unir, no aprovechar y destruir!


“…y nunca enseñé nada a nadie que no hubiese practicado antes yo mismo»”. 

¿Qué nombre le daríamos a enseñar o difundir algo que no se practica y por tanto se desconoce?

Por desgracia en Aikido es harto frecuente ver y oír (y no solo en Aikido, suele ocurrir con casi todas las filosofías y doctrinas)  a muchos llamados maestros difundir unas enseñanzas que ni entienden ni se molestan en entender. Divulgan, sin ningún pudor ni turbación alguna, interpretaciones de la enseñanza de Ueshiba Morihei (o de los maestros que sean) antípoda, antagónica  incluso,  a la que sus palabras revelan. Los hay que tienen al menos la decencia de reconocer que la parte espiritual del Aikido de Ueshiba no les interesa, aunque está más que claro que la espiritualidad es inherente al Aikido,  que si se practica el waza sin su base sutil, sin su esencia, ya no deberíamos llamarlo Aikido. Unos pocos, ¡poquísimos!, ¡se cuentan con los dedos de una oreja!, han tenido la honradez de cambiar el nombre a su práctica. Y hay otros más, los más honestos y dignos de crédito, que reconociendo su incapacidad para entender plenamente el mensaje, han tratado de ajustarse a él y difundirlo según su comprensión sin tratar de cambiarlo. Lo han entregado a sus seguidores al pie de la letra, tal cual Morihei lo dijo.

Mirando atrás, me reconozco, en una etapa de mi vida, entre este último grupo. Durante años he practicado y difundido Aikido sin tener demasiado claro el significado de las palabras del Fundador. Cuando así fue,  procuré, al menos, reconocer mis limitaciones, buscar entender lo más honesta y sinceramente que fui capaz, y tratar de cumplir lo   que sí estaba a mi alcance, lo que sí esta al alcance de cualquiera haya llegado a la comprensión completa o no: Toko-Iku. 

¡Cómo mínimo hay que insistir en Toko-Iku! Aunque en ocasiones choquemos con nuestra ideología social, nuestra opinión o nuestro sentimiento.

Debemos comportarnos según lo que decimos y buscar, con el entrenamiento adecuado, constante y decidido, que lo que hagamos dentro y fuera del tatami se ajuste a lo que nos revelan las sentencias de Morihei Ueshiba. Hoy es muy fácil acceder a ellas. Si así lo hacemos, no dudéis que más pronto que tarde se alcanzará el conocimiento buscado. Y mientras llega, nuestra conciencia profunda (esa a la que no se puede engañar) estará limpia, libre de cargas. Habremos obrado correctamente.

Cumpliremos Su Voluntad, no habremos engañado a nadie y podremos dirigirnos al fin de nuestras vidas como el abad Juan: “alegremente y de buena gana”.

¡ABRAZOS VIRTUALES!