Tras pasar el extraño periodo de confinamiento domiciliario vivido en este singular año 2020, el primer día que se nos permitía salir a hacer ejercicio de 20:00 a 23:00 horas, me puse las zapatillas de montaña, el bastón para la ocasión, cantimplora en mochila, plátano de merienda, y arnés para mi perrito, y a las 20:00 horas nos dispusimos a salir rumbo al pinar de Abantos.

Qué disfrute para la vista, el campo en su esplendor primaveral, el olor a praderas verdes y en floración, el cantar de multitud de pájaros, la brisa acariciando el rostro, muchedumbres de gente caminando, corriendo, en bicicleta… Tras más de 2 meses encerrados en casa, y con el miedo inoculado a través de las noticias que nos iban llegando, esto suponía una liberación sin parangón en mis 45 otoños. ¡Qué maravillosa sensación sentirme de nuevo en contacto con la naturaleza!

Yo seguía haciendo recuento mental y dando gracias a Dios: el trino de las aves que parecían un coro de voces blancas, el inigualable olor a campo, el horizonte adornado con una línea de cielo de Madrid increíblemente limpio y libre de polución, el regalo para la vista, el oído y el olfato del discurrir del arroyo de las Cebadillas que baja con buen caudal, unos buitres leonados tan propios del entorno Escurialense planeando a gran altura, un billete azul en el suelo moviéndose graciosamente con la brisa… ¿Un billete azul en el suelo? ¿Un billete azul? ¿Un billete? ¿Billete? …

¡ Sí ! Un billete de 20 Euros en el suelo. En plena naturaleza. ¡ Efectivamente, un billete de 20 euros !

La verdad es que es un lugar muy inesperado para una sorpresa así. No en vano, me alegré muchísimo. Parecía algo tan fuera de lugar, por la situación, el entorno, la alegría de salir de nuevo para estar en contacto con la naturaleza, que me costaba quitarme de la cabeza tamaño acontecimiento vivido.

Empecé a pensar que podría compartir “mi suerte” con algún amigo que me encontrara de regreso a la población, pero he aquí que me di cuenta de una vicisitud que motivó este artículo: Todos los locales donde poder tomar un café, una cerveza, un refresco, un dulce o un helado, ¡¡¡estaban cerrados!!! Es decir, si quería compartir mi “grata fortuna” con algún amigo o conocido en San Lorenzo de El Escorial, esa misma tarde… ¡ NO PODÍA !

Esto es, me había encontrado un “pequeño tesoro”, que debido a la situación, debido al momento que atravesábamos, no tenía (casi) ningún valor para poder disfrutarlo o compartirlo… Es decir, ¿qué valor tenía el dinero si no había dónde poder utilizarlo para invitar a unos amigos?

Aquí me di cuenta de lo que había sido mi hallazgo. Realmente, era un pedazo rectangular de papel, de color azul, con sellos, marcas de agua, dibujos, un número de serie y una numeración que indicaba “20 Euros”. En las condiciones que denominamos “normales”,  nuestra sociedad le da un valor a ese pedazo de papel, debido a lo que su color, características y numeración indican. Ese es el valor que nuestra sociedad, desde hace de miles de años, le da a la moneda y al papel moneda. Y debido a ese valor que la idiosincrasia mundial le da, tiene más o menos valor (dependiendo del numerito).

Es decir, el papel en sí no vale nada. Lo que vale es la norma y la intención que se le ha dado al mismo. Luego entonces, el valor real, como a todas las cosas, le ha sido dado… Es una creencia.

Para los adeptos y practicantes de un arte como el Aikido…, ¿Qué valor tiene esa práctica, ese aprendizaje, ese conocimiento, esa experiencia? Pues, al igual que al billete azul se le ha dado un valor, que ni nos planteamos, pero lo aceptamos, a nuestro desarrollo y andanza en el Aikido tendremos que darle un valor; o en su defecto no darle ningún valor, con lo cual, ya estaríamos valorándolo.

¿Dónde encontramos la máquina de medir el valor de un Sendero Espiritual como el Aikido?

El valor de nuestro Aikido, es el que nosotros mismos le damos, y reside en nuestro corazón.

Las enseñanzas del Fundador, Morihei Ueshiba, en sí, si no son aplicadas, si no son practicadas, no sirven de nada. No nos sirve de nada conocer las técnicas de control, las técnicas de proyección, las normas de comportamiento en el Tatami, los ejercicios de concentración y respiración, etc, si no le damos un valor.

Como muchas veces le hemos escuchado al maestro Lucio en el tatami, podemos aprender muy bien a retorcer brazos y dislocar hombros, romper narices y lanzar contra la pared, pero si no indagamos y le damos el valor que realmente tiene, no estaremos en la práctica del Aikido. Estaremos en eso, en la práctica de hacer mucho daño, de buscar pelea y de mi ego retuerce más brazos y rompe más huesos y con más eficacia que el tuyo.

Hace días, escuché una conversación en la que una madre quería que su hijo de 5 años “aprendiera Aikido para defenderse en el colegio, porque otros compañeros se metían con él”. Su idea como madre es que su hijo no tuviera problemas, como queremos todos los padres, pero que aprendiera a defenderse sin lastimar “haciendo barridos o cosas así”. Ese es el valor que esta mujer le estaba dando al Aikido, evidentemente, con su buena intención, pero también, evidentemente, desde el desconocimiento.

Desde la partida del mundo material de O´Sensei Ueshiba en 1969, el Aikido se ha ido comercializando en su gran mayoría como un arte de defensa personal, un arte de defensa eficaz, un arte de defensa que utiliza la fuerza del adversario para derrotarle, un arte muy apropiado para que se defiendan las mujeres maltratadas, un arte que bla, bla, bla… Basta con echar un vistazo a las Redes Sociales para comprobarlo.

Ciñámonos a las palabras y enseñanzas del Fundador para saber qué es lo que podemos encontrar en el Sendero del Amor y la Unión con la Energía Universal (AIKIDO). Y una vez podamos empezar a entender qué es el Aikido, profundicemos y practiquemos con gente más experimentada (y con gente que comienza en el sendero), contribuyamos a su divulgación, indaguemos dentro de nosotros mismos, busquemos ese “Misogi” o limpieza material y espiritual, y busquemos ese “Kototama” o Luz y Sonido primigenios que lo abarcan todo. Busquemos aplicar esa unión y ese amor a nuestro día a día, a la práctica en el tatami, y en nuestra familia, nuestro entorno, nuestros pensamientos, nuestras palabras, nuestras intenciones, nuestro comportamiento.

Nuestro paso en esta vida por el sendero del Aiki tendrá el valor que nosotros queramos darle. En la vida, no te conviertes en lo que piensas, te conviertes en lo que crees. La creencia, esa es la base de todo, tal como enseñan los grandes maestros y la Física Cuántica. Si a través de la práctica, transformamos nuestras creencias y creemos firmemente que nuestro Aikido ha de servir para transformarnos en seres de amor, armónicos con el universo, que tenemos la capacidad de transformar nuestras existencias y la de los que nos rodean, que tenemos la capacidad de hacernos uno con la Fuente Primigenia, estaremos dándole a nuestro Aikido un valor muy por encima de lo que pueda marcar ningún billete imaginable. Ese valor es el valor del infinito. El valor de la unión Cuerpo – Mente – Espíritu.

¿Qué valor tiene tu Aikido?

¿Cuánto vale tu Aikido?

Yo soy tú. Tú eres yo. Somos uno.

 

Diego