Según el postulado básico de la ley de la conservación de la energía, esta ni muere ni se destruye, se transforma. Con la muerte física, la forma material, que es la que podemos percibir sensorialmente, se transforma en energía sutil, espiritual, alma, y sigue unida al resto de energía sutil. Ese alma, espíritu o energía sutil, que no podemos apreciar con los sentidos físico-mentales, es la que conforma el universo en su totalidad. Se nos manifiesta y la interpretamos como materia cuando vibra en una frecuencia perceptible a nuestro sistema sensorial. Que dejemos de percibirla no significa que haya muerto o se haya destruido. Sencillamente se ha transformado en una ‘forma’ de energía que queda fuera de nuestra capacidad sensorial:

“El total de la energía no varía con cada transformación, se mantiene invariablemente la misma antes y después de la evolución”. (Ley de la conservación de la energía).

Justo al producirse esa transformación es cuando se origina la auténtica Unión. La energía sutil, espiritual, se une al resto de la energía sutil, al espíritu. Este es un hecho que nada tiene que ver con nuestra voluntad. Queramos o no se producirá.

Tampoco depende de nuestras creencias. Es una ley que rige en la Naturaleza.

La diferencia entre ser conscientes de este hecho o no serlo, estriba en que el ser conscientes de dicha ley -aunque solo sea intelectualmente-, nos ayuda a superar el dolor que genera la separación, que, casi invariablemente, es un dolor egoísta. Nos duele por nosotros, por vernos privados de la forma a la que estamos apegados. Aceptando la verdad de esta ley comprenderemos que el ser amado que se nos va, en realidad es ahora cuando estará más auténticamente con nosotros.

Además nos alegraremos por él, puesto que ha superado este plano de dolor y sacrificio…

Todos los seres integramos la unidad universal. Ningún amigo o familiar, ningún ser nos deja, pasa a formar parte de la familia Universal. Puede que nosotros no seamos conscientes de esa unión, pero se realiza. Insisto:

“El total de la energía no varía con cada transformación, se mantiene invariable la misma antes y después de la evolución”.

La energía primordial que nos conforma y da la vida, regresa a la totalidad de energía que todo lo conforma y da vida.

Mucho antes de que a mediados del siglo XIX R. Mayer, J. Joule, Helmholtz y varios científicos más, formularan o descubrieran los principios de esta ley, ya los sabios de culturas remotas y por medio de la practica mística, plantearon la misma ley, aunque la expresasen con términos diferentes, como es lógico.

Llegaron a ella personas de diferentes épocas y en lugares muy diversos y distantes unos de otros, sin necesidad de instrumentos, ni tecnología alguna, a base de introspección, de meditación, de exploración interna.

Muchas de estas personas, a las que podríamos llamar iluminadas, ya que alcanzaron un conocimiento que da luz a las sombras que el análisis intelectivo por profundo que sea no puede disipar, trataron de ilustrar, de iluminar a su vez a otras personas, transmitiendo sus conocimientos, sus métodos. A estas personas especiales los llamamos, santos, sabios, místicos, gurús, maestros verdaderos…

Una mente abierta puede encontrar maestros en todas partes, de hecho todas las cosa, todas las personas que se cruzan en algún momento en nuestras vidas, todos los sucesos que nos acaecen son maestros para nosotros.

“Desde un árbol endeble tumbado por el rayo, hasta el agua calmándose después de que la ballena se sumerja, todo es de igual santidad y gracia. Desde la oscuridad en la que no podemos ver la oculta ternura de un abuelo temeroso de hablar, todo y todos son un maestro”. (Mark Nepo)

Cada flor, cada sufrimiento grande o pequeño, cada alegría, cada noche, cada día gris o soleado, cada triunfo, cada fracaso, cada amor, cada desengaño. El canto de un pájaro, el susurro del viento entre los árboles, la caricia de un niño o de un padre, o de un amante. La presencia y la ausencia. Desde la cima más alta al valle más umbrío. Desde un diminuto insecto a un enorme cetáceo. Desde un majestuoso elefante a un humilde borrico. En todo esta el espíritu que anima la vida y es tan sagrado como lo que más veneremos. Y muchas veces, más digno de veneración y respeto, puesto que los humanos solemos venerar, sacralizar imágenes o edificios: templos, iglesias, sinagogas o mezquitas hechas por nosotros, mientras que los seres, animados e inanimados, que componen la creación son la obra directa de Dios…

Pero, para que podamos ver la majestad, la belleza y la enseñanza divina en la naturaleza que nos rodea, antes hemos de aprender qué somos. Y eso lo enseñan los maestros verdaderos; o sea las personas que ya han iluminado sus almas. Hemos de aprender que somos miembros de una misma familia, la energía sutil que todo lo crea. Que solo somos diferentes y mortales en lo aparente. En la realidad todos somos la misma y eterna esencia de Dios. Tenemos que transformar nuestra consciencia igual que se transforma la energía de la que estamos hechos.

UN ABRAZO.

Lucio Álvarez Ladera.

Julio de 2020.