Desde tiempos muy remotos se ha planteado la cuestión, entre teólogos y eruditos, sobre la existencia o no existencia del mal.

No parece que a día de hoy, tras siglos de debate, hayan alcanzado una solución definitiva. Parece que el estudio teórico, intelectual, no tenga la suficiente capacidad para encontrar la respuesta.

Quizá sea porque como dice Rumi:

“En el centro de tu ser

tienes la respuesta

y sabes Lo que quieres”.

Algunos plantean -seguramente influenciados por la dualidad dominante en el mundo-, que el bien y el mal existen en condiciones de igualdad, proponiendo una especie de beligerante ‘biteísmo’, dos dioses enfrentados disputándose la supremacía universal, alternándose en el control del universo y sus criaturas en una especie de bipartidismo celeste. Durante un periodo determinado domina uno, una vez cumplido el cual, pasa a sobresalir el otro. O bien, enzarzados en una constante batalla por apoderarse del alma de los seres humanos; contienda que se libra principalmente en la mente de estos con los consiguientes trastornos que esta guerra les ocasiona.  

Aceptar esta imagen de dos entidades equivalentes es tirar por tierra la idea de un dios todopoderoso, absoluto, creador y sustentador. ¡Adiós a la paz y a la tranquilidad!

Ahora bien, no obstante el desasosiego, la zozobra y el temor constantes que pueda producirnos ser el objeto y el campo de batalla de este constante forcejeo, a pesar de los zarandeos y desequilibrios a los que puedan verse sometidas nuestra mente y nuestra alma; aunque esta zozobra pueda llevarnos a la locura, da la impresión de que la mayoría de la especie humana, quizá por herencia ancestral, por inercia o simple y llanamente por pereza, parece encontrarse cómoda en esta hipótesis. Por muy incierta y dura que sea, nos libra de toda responsabilidad; ¡estamos en manos de los dioses, ellos son los responsables!

¡Qué destino más triste y más arbitrario! ¿De qué sirve, entonces, tanto dolor y tanto esfuerzo?

La pre­sunción de que el mal es una realidad equiparable al bien, ha causado, y causa, mucha confusión en la filosofía y la religión, y en las civilizaciones.

¡La vida así, carece de sentido! ¡Según esta teoría solo somos juguetes en manos de los dioses! Einstein dijo:

“La teoría (de la relatividad) rinde mucho, pero difícilmente nos acerca a los secretos del ‘Único Padre’. Yo, en cualquier caso, estoy convencido de que Él no juega a los dados con el universo”.

Aunque las fuentes clásicas argumentaban que también en el mazdeísmo existía la creencia en dos seres superiores enfrentados, investigaciones más recientes proponen que ya desde Zoroastro existe otra teoría más plausible a los ojos de la ciencia moderna, de las teorías de la mecánica cuántica; una hipótesis incluso más lógica -aunque no sea la lógica, tal como la entendemos, el método idóneo para dar respuesta inequívoca a esta cuestión-: Hay un poder negativo pero supeditado a un bien supremo. El Mal está subordinado al Ser supremo y gobier­na las regiones de la mente y la materia, repre­sentando el lado más oscuro de la creación. Esto no quie­re decir que sea malo por completo, sino que, en la natu­ra­le­za misma de las cosas, lo que nosotros llamamos el mal, es inherente a la negatividad. Simplemente es un Dios menor. Ahriman, es el nombre que le daban al poder de las ti­nieblas en el zoroastrismo, gobierna el mundo y es el centro de todo lo que afecta al ser humano de modo adverso.

Así, pues, según los más recientes criterios, Zoroastro enseñó un monoteísmo preciso.

Esto sitúa al mal en un estado de negación, carente de existencia real. Como el frío es la ausencia total o parcial de calor o la sombra es la ausencia de luz en mayor o menor medida; así el mal será la ausencia o disminución del bien.

También para el credo cristiano o católico está opción es más familiar, aun dando la impresión, seguramente heredada de otros cultos, de dos fuerzas opuestas equiparables.

Lucifer es el ángel caído, un subordinado de Dios. Lucifer quiere decir: el portador de la Luz. El más hermoso y sabio de los ángeles, prácticamente la mano derecha de Dios, desterrado de la corte celestial por su soberbia. Un servidor de Dios que pasa del estado de beatitud celestial a tener que bregar con los humanos.  Otro ejemplo de la consideración del mal como un poder muy limitado en el cristianismo, es la relativa facilidad con que Jesús, en su retiro al desierto, vence las argucias urdidas contra él por el Diablo. El Mal es impotente ante la integridad espiritual.

Entre los sufís, muchos y muy importantes maestros místicos son de esta misma opinión:

“Se cuenta que un determinista dijo a un seguidor de Zoroastro que debía hacerse musulmán, el zoroástrico respondió: ‘Sea lo que Dio quiera’ Y dijo el determinista: ‘Dios lo quiere, pero Satán no’. Y concluyó el zoroastriano: ‘Curiosa situación, Dios quiere y Satán no, pero el deseo de Dios prevalece sobre el de Satán. Por lo tanto seguiré al más fuerte; sería estúpido seguir al más débil”. Iblis (el Satán del islán) es, como Lucifer, un servidor de Dios (expatriado del Cielo por desobedecer la orden divina de postrarse ante Adán, al no reconocer a nadie más que a Dios digno de reverencia). Es expulsado y encargado de lidiar con los humanos.

Los sufíes (místicos musulmanes) opinan que el poder de Iblis (Satán) es insignificante frente al poder de Dios.

Muy parecida es la figura india de Kal o poder negativo, que opera en los tres planos de consciencia sujetos a extinción: físico, astral y causal, pero que carece de atribuciones en el plano eterno del espíritu puro.  O lo que es igual: Puede influir en los seres humanos mientras están en los planos mortales, una vez superados estos, Kal carece absolutamente de poder sobre ellos.

Tal explicación coincide así mismo, con la conclusión a la que llegan quienes han buscado la respuesta en su centro, como decía el verso de Rumi.

Demasiadas coincidencias para considerarlas solo casualidad.

Al final Kal, Satán, Satanás, Belcebú, Diablo, Demonio, Iblis, o Lucifer; la representación del Mal, no es otra cosa que un servidor de Dios.

Esta posibilidad relega al mal al plano de lo subjetivo. Dependerá, entonces, del punto de vista de cada uno, y esa es la clave de toda la cuestión. En su aspec­to fi­nal, no hay nada malo en el mundo, ni hay peca­do ni faltas en nadie. Si algo se ve así, se debe únicamente a nuestro limitado entendimiento.

Es bastante evidente que el mal no es igual para todos, que depende del punto de vista…

Reflexionemos un instante, pues aunque no es el intelecto quien nos dará la solución, desde luego el entendimiento es una muy buena herramienta y debemos convencerle para que nos preste su ayuda. Es dificilísimo, sino imposible, avanzar si nuestro propio intelecto se nos opone. Volvamos la mirada a nuestro centro como indicaba Rumi, ahí está la respuesta:

“En el centro de tu ser

tienes la respuesta

y sabes lo que quieres”.

Si el mal está al servicio del bien, ¿seguirá siendo mal? Si tenemos una muela cariada y vamos al dentista, el daño que nos haga al extraerla ¿lo consideraremos mal? Estando seguros de la necesidad de curarnos, tomaremos gustosamente la medicina prescrita, por muy mal sabor que tenga; de saberlo necesario, nos someteremos a cirugía aunque sea dura y tenga importantes efectos secundarios.

Hay dos expresiones muy usadas y completamente insidiosas: “mal necesario” y “envidia sana”.  Ni la envidia puede ser sana nunca, ni el mal será mal si viene a cubrir una necesidad a curar o paliar una enfermedad.

 

Para resumir toda la filosofía del mal, debemos lle­gar a la con­clusión de que es un hecho que no existe eso que llamamos el mal. El mal como realidad es filosóficamente impensable, y ahí debe finalizar el asunto en lo concer­niente a la metafísica…

Plenamente equivocados, solemos argumentar eso de:

“Más vale malo conocido que bueno por cono­cer”.

¡Craso error! Cambiar a mejor no solo es lo correcto: ¡Es necesario!

Como colofón, una muestra de los Preceptos, ‘Dichos Elegantes’, enseñanzas que dejó en herencia el gran yogui budista, Nagarjuna. Son una estupenda guía ética:

“Abandona una mala costumbre aunque haya sido de tus padres y ancestros.

Adopta una buena costumbre aunque haya sido establecida entre tus enemigos.

No ha de tomarse veneno aunque lo ofrezca la propia madre.

Mas el oro es de aceptar aunque provenga del enemigo”.

“Aunque un vestido se lave cien veces

¿Cómo puede quedar limpio

si se lava con agua sucia?”.

 

No importa cuánto restreguemos, si queremos que se limpie nuestra ropa habremos de lavarla con agua limpia. Solo se cambia cambiando; la intención, las palabras, los buenos propósitos, de nada sirven. Si repetimos una cosa mil veces mal, acabaremos haciéndola estupendamente mal. Necesitamos poner en práctica el deseo sincero de mejorar. Un par de pautas de conducta más, que pueden ayudarnos:

“Quien conoce los Preceptos de memoria, pero falla en practicarlos. Es como quien enciende una lámpara y luego cierra los ojos”.

“Se humilde si quieres alcanzar la Sabiduría. Se más humilde aún, cuando hayas dominado la Sabiduría”. (La Voz del Silencio)

Trabajar siempre, practicar el waza, kokiu dosa, meditación, etc., con la dócil mentalidad del principiante. A su tiempo, todo se dará. Sin la menor duda todas las puertas se abren tarde o temprano para el que llama.

Lucio Álvarez