En muchas ocasiones, reflexionando sobre la práctica del Aikido, nos desanimamos pensando en que no evolucionamos, en que, como comentamos coloquialmente, «cada vez vamos peor».
 
Llegados a este punto, vendría de perlas refugiarse en las palabras de Sócrates: «Sólo se que no se nada…».
 
Pero observando, sintiendo, analizando fríamente, desde la distancia, escuchando a nuestros profesores y maestros, sosegadamente, podemos darnos cuenta de que algo sí evoluciona; algo sí se mueve… Y ese algo en evolución y movimiento nos sigue ilusionando. Acaso, ¿no seguimos preparando con ilusión la mochila y las armas una y otra vez para ir al entrenamiento? 
 
Algo tiene este camino. Algo o alguien nos ha traído. Nos ha atraído… Una vez que pisas en él, te invita a seguir investigando, a seguir practicando, a seguir dando pasitos, a seguir viviendo, quién sabe si «escuchando» (el que leyere, entendiere…). 
 
Por esta página leí hace poco unas palabras «mágicas» que se citaban de Roberto García: «No sabes lo que puedes perderte si no asistes a clase«. Y es cierto. Qué gran verdad  (Gracias, Roberto). 
 
Pero la pereza, la cabezota pensante con su orgullosa mente, muchas veces nos hace alejarnos de la práctica activa, la que se desarrolla en el «tatami». Es cierto que en ocasiones la falta de tiempo, o la economía algo mermada, puede conducirnos a no practicar con asiduidad. Pero pasan las circunstancias, mejoran las situaciones  («…Todo se pasa…», que decía Santa Teresa),  y volvemos a preparar la mochila y las armas con ilusión para ir al «tatami» a practicar.
 
Hace algunos años, escuché decir a José Manuel López  en una de sus clases: «No te pares. No pienses. No cuestiones. No te juzgues. Haz. Lo que puedas. Hasta donde te permitan tus limitaciones; pero haz«. (Gracias, José Manuel)
 
Cuántas veces nos hemos planteado no asistir a clase por una dolencia física, incluso emocional… Pero echándole valor  (¡¡¡ qué somos aikidocas, leñe !!!),  nos hemos sobrepuesto a esa pereza, a esa mente negativa, a ese cuerpo perezoso o dolorido; hemos asistido a clase, y al salir, aquellas «dolencias» parecen haberse disipado en parte, de manera milagrosa…
 
Menos mal que llegamos aquí de manera voluntaria. Porque, qué duro… ¡¡ Si hasta nos cuesta dinero !! Clases, kimono, desplazamientos, armas, seguro… Si alguien nos obligara a practicar Aikido estoy convencido de que nos parecería el peor de los castigos. ¿Acaso no duele un poco? ¿Acaso no ponemos de manifiesto un montón de torpezas que parecen insalvables, sintiéndonos mal por ello?¿Acaso no tenemos que enfrentarnos cara a cara con nuestro mayor enemigo? Sí, nuestro mayor enemigo:  nuestro orgullo. ¡ Cuán incómodo resulta !
 
Ese orgullo, es el que parece que no nos deja caminar, el que nos complica las cosas, el que endurece nuestras articulaciones, el que complica las técnicas y el trabajo, el que nos impide seguir el movimiento, el que hace que no seamos capaces de entender la unión (Musubi).
 
Hagamos una prueba: Todos los que estamos leyendo, entendemos perfectísimamente lo que significa unión, armonía, seguir el movimiento… ¿Qué ocurre cuando en la práctica de las técnicas no logramos esa unión, no conseguimos armonizar, no somos capaces de seguir el movimiento? Acaso, ¿no entendemos perfectamente el castellano?
 
Pues nada, no hay manera…
 
Y ahí esta el profesor o el maestro para corregir, una vez y otra más. Infatigable… 
 
No logramos hacer Musubi… 
 
¿O sí…?
 
Oh, Dioses del Olimpo, ¿¿¿ estoy hablando de lo que no somos capaces de hacer y resulta que me comienzo a plantear que sí lo estamos haciendo ??? 
 
Quizás, dando pasitos, estamos en el camino (No, no. Vamos a quitar el «quizás»).
 
Afirmo, asevero, que: dando pasitos estamos en el camino. 
 
Qué diferencia habría pues entre estar en un peldaño muy alto o en el primer centímetro del primer peldaño… ¿Acaso no estamos en el Camino (DO) de la Unión o Amor con la energía universal (AIKI) tanto en el primer peldaño como en el más elevado? ¿Tenemos que alcanzar una meta? ¿Superar a alguien? ¿Vencer a un rival? ¿Tenemos que anotar un tanto más que los del Kimono de otro color? (Ah, claro… Ahora entiendo… Por eso vamos todos de blanco…).
 
No hace mucho, hablando con el maestro    Lucio Álvarez   , yo afirmaba que el Aikido     «es tan complejo, tan difícil…»  ;   a lo que él me replicó:       «Cada día me doy más cuenta de que el Aikido es muy fácil. Sus movimientos son naturales, no buscan forzar, ni lastimar… Buscan la sencillez, la que nos permite nuestra anatomía, para buscar la unión. El Musubi se alcanza desde la fluidez. Aikido es fluir y se alcanza desde la relajación. El cuerpo, la respiración, la mente… Todo relajado, con naturalidad. Cuando te des verdadera cuenta de todo esto disfrutarás cada día más practicando«.       
 
Y claro, ¿¿¿ qué contestaba yo a esto ??? ¡¡¡ Cómo iba yo a rebatir la palabra de mi maestro !!! 
 
Me di cuenta de que no podía rebatirla por 2 cuestiones:
 
– La primera:    ¡¡¡  Es mi maestro !!!
 
– La segunda:  ¡¡¡  Lleva toda la razón !!!
 
¡¡¡ Voto abríos que lleva toda la razón… !!!
 
Aún quien pudiera no entender la primera de mis razones…, con la segunda, no habría más lugar a la duda. (Gracias, maestro).
 
Señoras. Señores. Chan, cha – cha  – chaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaán… Hemos llegado al gran secreto del Aikido:        EL AIKIDO ES MUY FÁCIL. 
 
Luego…, ¿por qué lo hacemos tan complicado…? Lo de siempre: el orgullo, los prejuicios, los nervios, la precipitación, las ganas de hacerlo bien, de agradar, de aprender, de memorizar, la predisposición, el espíritu competitivo… Véase, el EGO.
 
No obstante, en nuestra búsqueda de «Musubi» sublimando nuestro Ego, debemos considerar, que estamos en el buen camino, que cada esfuerzo no es en vano, que cada clase es una maravillosa oportunidad para seguir avanzando. ¡ Incluso cada día que no hay clase, lo es !  ¡¡¡ Incluso cada período de tiempo que no podemos asistir a ninguna clase, también lo es !!!     
 
El Aikido sigue creciendo en cada uno de nosotros si lo alimentamos de su verdadera esencia: el AMOR.
 
Cada día que sale el Sol es un regalo y una irrepetible oportunidad para dar un paso adelante.
 
 
Con todo mi cariño.