SEQUÍA (Por Diego)

Sequía. A qué obedece este fenómeno ¿Te has parado a pensarlo?

La mayoría de la Comunidad Científica sostiene que es debido al cambio climático, provocado en su inmensa mayoría por el consumo de combustibles fósiles y el CO2 resultante de la combustión de los mismos.

Por otro lado, hay una parte de esa Comunidad (según he constatado, 31000 Científicos) que han firmado un documento en el que ponen de manifiesto que el cambio climático no obedece a la emisión de estos gases en parte nocivos, en su mayoría el CO2, si no que se debe al calentamiento global que se produce de manera natural y cíclica en el planeta y esto produce una mayor cantidad de vapor de agua…

Versiones muy opuestas… ¿Cuál nos creemos?

Sea como fuere, en modo alguno, todos, absolutamente todos, tú y yo incluidos, somos responsables del daño que le estamos haciendo al planeta, y de manera alguna, la acción que realizamos (y de la que somos TODOS responsables), conlleva una reacción. Y esta es que, nuestro amado hogar, nuestro planeta azul, está reaccionando, está siendo llevado a reaccionar de una manera virulenta.

Ahora, con la soga al cuello (hay cientos de municipios con abastecimiento de agua con cisternas, y grandes poblaciones y ciudades con la acuciante cifra de 60 días, como máximo, de abastecimiento de agua a sus ciudadanos), observamos que unas naciones se echan las culpas a otras, que unos países todopoderosos deciden emitir la cantidad de CO2 que les viene en gana, que la provincia tal tiene más culpa que nosotros, provincia cual, porque sus regadíos son anticuados y consumen el doble que los nuestros, que los del partido político tal culpan a los del partido cual por la mala gestión de los recursos hídricos…

Enfrentamiento, lucha, oposición.

¿Qué nos está pasando?

Tenemos miedo, sentimos el agobio de quedarnos sin agua… Y claro, ¿qué va a ser de nosotros?

Necesitamos agua. Necesitamos el bien más preciado. Ahora, empezamos a pensar en qué hemos hecho todo este tiempo maltratando nuestro hogar y gestionando de manera más bien ineficiente nuestra estancia en Gaia.

Científicos de toda índole se afanan en buscar la manera de encontrar una solución al problema. Se buscan recursos hídricos subterráneos, en acuíferos de la antigüedad, el agua dulce de los casquetes polares, desaladoras de agua marina… Parece que la mayoría de esfuerzos son en vano. Necesitamos muchísima más agua.

Hipócritamente, algunas regiones de nuestro planeta mueren de sed desde hace décadas interminables. Literalmente. Sed, escasez o ausencia de cosechas, terribles enfermedades derivadas de la misma, y sed. Pura y dura sed. Niños muriendo por deshidratación o intoxicados porque el agua que le pueden dar sus padres no es más que un fluido lodo contaminado.

¿Te has parado a pensar que cuando tu hijo te pide agua es muy fácil abrir el grifo y darle un vasito de agua fresquita potable? Casi nunca reparamos en esto. Pero simplemente, abres el grifo de tu casa, llenas el vaso y le das agua a discreción… Qué afortunados somos, ¿verdad? ¿Pero a que apenas reparamos en ello? Le darías tanta agua como quisiera.

De igual modo, cuando nos vemos intimidados por una grave enfermedad, la pérdida de un ser querido, sentimos un vacío enorme en nuestro interior y no encontramos sentido a nuestra existencia, o simplemente fruto del avance de nuestra edad vislumbramos la muerte propia y ajena, comenzamos a hacernos preguntas trascendentes y buscar salida a lo que parece ser nuestra dramática situación. Sentimos una terrible sequía. Tan dramática como ver que el agua llega a su fin. Esta es nuestra sequía, nuestro momento de ver que no llegan las lluvias y nuestros embalses, que parecían inagotables, están tétricamente vacíos. “Nuestro agua” se agota, y de igual modo, echamos la culpa a los demás de nuestra sequía interior.

Lo fácil siempre será buscarla donde más hay. Sí, al mar a por agua. Allí es donde más hay. Todo el mundo lo hace. Todo el mundo va al mar a por agua. Yo no voy a ser menos… ¡Agua para todos! Nos dejamos llevar por la corriente de la mayoría. Claro, no voy yo a ser el raro. ¡Qué dirán!

Pasado un tiempo, nos damos cuenta de que esa agua no nos vale. Esa agua no termina de limpiar nuestra ropa ni nuestra casa, no sirve para regar nuestro huerto, no podemos beberla, y de hacerlo, rápido moriremos por deshidratación. No nos sirve lo que hace la gran mayoría, nos sentimos en otro punto distinto a la mayoría.

¡Tenemos auténtica sed!

En esta desesperada búsqueda, necesitamos agua corriente y dulce como sea. Nos dirigimos al arroyo, pero allí, no quedan si no los vestigios de lo que fue un caudaloso río. Las fuentes ya no manan agua. Y recordamos que no cuidamos el planeta, no cuidamos nuestro hogar. No llueve, y la sequía ha acabado con la vida del río y la ribera, con el flujo de la fuente y el arroyo. Los pozos se han secado, y las aguas freáticas están tan profundas que ya son inalcanzables.

Hay veces, que en la búsqueda desesperada, en la necesidad de encontrar una salida a una situación que vemos imposible de resolver, la de calmar nuestra sed, llegamos al Aikido. Aunque quizás, curiosamente, la mayoría llegamos cansados y hastiados de ir a donde va todo el mundo a buscar agua, al mar, conscientes en modo alguno de que esa agua no nos estaba siendo de utilidad. No nos queremos dejar llevar por las modas, por las tendencias del momento, o aunque nos dejemos llevar somos conscientes de que esa agua, ese bien, está envenenado.

La búsqueda del agua dulce, la búsqueda de la salida a nuestras necesidades, nuestro inicio en el Aikido, puede que comience como un juego, como una actividad física. Quién sabe, si por aquello de probar…

Lo cierto es que esa agua que nos podrá saciar se encuentra en la unión Cuerpo-Mente-Espíritu, en la unión, el “Musubi” con el agua original, el agua sin impurezas, el agua que da vida a todo: El “Kototama”.

La búsqueda del mismo por medio del Sendero del Amor a través de la Energía Universal (AIKIDO), es ardua. Nos cuesta entender el concepto de “Kototama” (traducido literalmente del japonés: “Sonidos Espíritu”).

Nos cuesta entender, ceder en nuestros conceptos, prejuicios y ego, y adaptarnos al “Tai iku” (unión a través del movimiento), “Ki iku” (unión a través de la energía y fluidez de la misma manifestada por la respiración), el “Toko iku” (unión a través de nuestros actos cotidianos en consonancia con estos principios) y el “Chi iku” (la unión a través del Espíritu Divino).

Es curioso, pero en todas las filosofías, religiones e incluso ciencias modernas, se cita a este principio que da vida, que forma parte de todo y con el que todo se ha hecho: Verbo, Espíritu Santo, Shabd, Tao, Kalma, bosón de Higgs…

Como hijos sedientos le pedimos agua a nuestro padre. Le pedimos al menos un vasito de agua. Pero como padres, sabemos que cuando un hijo nos pide agua, le daríamos tanta agua como necesitase. Sin límites. Haríamos lo que sea por conseguirla. Y no tengo duda de que tanta agua necesitemos, así nos será concedida por nuestro padre.

El agua de la vida se encuentra en la fuente original, allí donde no hacen falta los ríos, los lagos, los mares, las lluvias, la nieve, ni las tormentas. Allí, simplemente es la fuente. De allí fluye. De allí mana todo cuanto existe. Y da igual que queramos creerlo o no. Pero ese manantial, esa agua de vida, está en nuestro interior, y en ella podemos bañarnos, beber y deleitarnos las 24 horas del día. El Sendero del Aiki, busca revelar ese “Kototama” en el interior de cada persona. Este trabajo es personal, y como siempre dicen los maestros, cuando el discípulo está preparado, el maestro aparece. Aikido es una poderosa herramienta que nos conducirá desde donde estemos hasta el lugar que nos corresponda en este sendero en dirección a la fuente.

Cansados de la sequía, del secarral que nos rodea, y del agua salada que nos empalaga, podemos tomar nuestra mochila y sandalias, y comenzar el camino interior hacia la fuente original, hacia el agua de vida (así lo citaba Jesucristo en la Biblia: “pero el que beba del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le daré se convertirá en él en una fuente de agua que brota para vida eterna”. (S. Juan 4.14) ).

En nuestra búsqueda por alcanzar el agua fresca y pura en nuestro interior deberíamos ir limpiándonos de basura e impurezas, porque nos convertiremos en recipiente, y nadie albergará agua limpia en un recipiente sucio. Para eso no hay más que querer comenzar el camino, dar el primer paso, y practicar el “Misogi” (limpieza), desde el Aiki, desde el “Tai iku, Ki iku, Toko iku, Chi iku”.

Decía el maestro espiritual Saint Germain: “Donde está tu atención, allí estas tú, en eso te conviertes y eso atraes hacia tu vida y experiencia”. Si ponemos amorosamente nuestra atención en este fin, veremos cómo poco a poco va cambiando nuestra percepción de la vida, del entorno y de nuestro interior. Observaremos que se pueden cambiar muchas ideas, prejuicios y conceptos en pos de limpiar y hacer hueco en nuestro interior, nos sentiremos con una carga más liviana y estaremos allanando el camino. Observaremos que no somos nuestras emociones, que estas se pueden controlar a placer y que somos algo distinto a lo que una primera emoción nos puede hacer sentir, y que la oposición a cualquier circunstancia es absolutamente antinatural.

En el universo todo va cediendo ante todo y adaptándose a las nuevas circunstancias. De esa manera se mantiene en perfecto equilibrio eternamente. Y su energía ni se crea ni se destruye. Sólo se transforma. El Aikido es exactamente igual. No se enfrenta a nada, va cediendo y adaptándose a todo y con todo, y de esta manera alcanza su equilibrio.

¿Qué agua podemos encontrar fuera de nosotros que nos llene de una manera plena y calme nuestra sed para siempre? Ninguna. Todo lo externo es fungible, tiene fecha de caducidad y a la larga nos acaba haciendo daño. Hasta el agua más dulce y cristalina sólo nos calmará la sed momentáneamente, y la gran masa de agua del exterior es salada. No nos vale. Por contra, todo lo que podamos avanzar en nuestro viaje interior hacia la fuente del agua será territorio conquistado. Allí no hay contaminantes y el agua es dulce.

Lo demás, cuando estemos preparados, cuando aparezca el maestro en el camino, brotará como el agua de un manantial: constante, limpia y cristalina.

En nuestras manos está hacer nuestra parte: trabajar con atención, confianza, fe y paciencia. «La paciencia todo lo alcanza», decía Santa Teresa de Jesús.

Hemos de tener conciencia de que cada pasito que demos en su búsqueda en nuestro interior, estaremos un poco más cerca, y será cuando nos corresponda, el hecho de que podamos llegar a la fuente a saciarnos y regocijarnos en sus aguas. Sin límite. Y ya no seremos el que bebe desesperadamente para calmar la sed y se baña ansioso para limpiarse. Porque seremos la fuente, seremos el agua.