* En respuesta al debate abierto por Dani García en el foro que podéis leer pulsando aquí


Hola de nuevo Dani, he leído tus dudas. Intentaré responderte, dentro de mis posibilidades. Pero como son varias las cuestiones y en alguna tendré que extenderme, para no resultar demasiado farragoso y pesado, como diría Jack the Ripper (Jack el Destripador):¡Vayamos por partes! Voy a dividirlas, a responder de una en una. Editando cada respuesta por separado. ¡Por darles trabajo a Fernando y Alex!

¡AHÍ VA LA PRIMERA!

1ª) Si no voy al dojo, aunque me sienta en la vía, ¿sigo en el camino?.-

Que sientas que estás en la Vía aunque no estés yendo al dojo  (dojo: lugar donde se enseña el do o camino),   es lo normal y lo correcto.

 La Vía, -en el significado absoluto del término- está dónde estamos nosotros, forma parte de nuestro ser. Un ápice que nos apartemos de ella y ya no estaremos en la Vía. “El Camino (Vía) circula por nuestro cuerpo como la sangre; la verdad misma está en tu vientre; reside en tus órganos internos, seas consciente de ello o no. No puedes separarte de la verdad. Si pudieras separarte del Camino, dejaría de ser el Camino. Practícalo con firmeza y decisión”. (O’Sensei) Superar los obstáculos -el ego-, que nos impiden ser conscientes de esta verdad expresada por O’Sensei, es misogi, es practicar la vía.

En nuestro interior está Todo:  Verdad, mentira, Belleza, fealdad, bueno, malo; Dios y el Diablo…

Por eso, como dije en un texto anterior, la Vía depende absolutamente de nosotros.

Fijamos una ruta, hacia la espiritualidad o hacia la materia. No se puede ir a los dos lados a un mismo tiempo.

Es normal que de vez en cuando nos desviemos, por eso hemos de estar muy atentos y rectificar cuanto antes, volver al rumbo correcto, lo más rápidamente posible. En la vida, como en la mar, la más mínima desviación acabará llevándonos a un lugar totalmente alejado de nuestro destino, a embarrancar, incluso a estrellarnos contra los arrecifes.

Nuestro cuerpo es nuestro barco, el vehículo de nuestra alma, démosle a esta, el nombre que prefiramos: espíritu, Energía Primordial, Dios, Kototama, Shabad, Verbo, Palabra; supercuerdas, vibración esencial, o lo qué sea; y nuestra alma es parte de esa Divinidad, es nuestro ser espiritual, lo que somos realmente, el Verdadero ser.

¡Un juego!:

Sentados cómodamente, o tumbados pero sin dormirnos. Relajémonos. Imaginemos que nos elevamos, que vamos ascendiendo más y más hasta alejarnos de la Tierra. La vamos viendo alejarse, empequeñecer; cada vez más pequeña, más, más. La contemplamos desde el extremo más apartado de la Vía Láctea. Apenas es ya un punto en la lejanía, más chica que una canica. Preguntémonos ahora: ¿qué es un continente: Asia, América, Europa…? ¡ni se ven!. Entonces, ¿cómo seremos nosotros?,¿qué somos? Alejémonos aún más, salgamos de nuestra galaxia. Si nuestra Tierra, esa que nos parece tan enorme, en la que cabemos, todavía de sobra, animales, plantas, mares, montañas, selvas, desiertos y humanos con todo nuestro bagaje: ciudades, barcos, coches, aviones y un tan largo etc., ya ni se ve, apenas un minúsculo átomo, ¿qué somos nosotros?, ¿dónde estamos? Y ¿qué será de  todas esas cosas que llenan nuestros inexistentes corazones y cabezas?, ¿qué serán? Ese orgullo, esas ideas: creencias, proyectos, opiniones, sentimientos, emociones; dolores y risas, amores y desamores, éxitos y fracasos, ilusiones y desengaños; expectativas, frustraciones; glorias y miserias…, Nos tenemos por seres independientes, poderosos, dueños del mundo y de la verdad, capaces de controlar el destino, y apenas llegamos a ser ínfimas partículas subatómicas…

 No obstante, aquí estamos, y pensamos, y podemos;  tenemos cierto poder, ¡bastante poder!, y hacemos y deshacemos; inventamos, creamos. Siendo, como somos, tan poquita cosa, ¿cómo es que tenemos tantas capacidades? Precisamente, porque somos  ínfimas partículas subatómicas de una Energía Superior: Dios, Kototama, Shabad, Verbo, Palabra; supercuerdas, vibración esencial, o lo qué sea que queramos llamarla; esa fuerza que sustenta toda la Creación, la que está y queda cuando todo empequeñece y prescribe, la que mantiene todo el Universo en orden. Un Orden imposible de entender con nuestras capacidades físicas, pero diáfano, incluso palpable, cuando tomamos consciencia (Unión) de que formamos parte de ella. Como seres materiales apenas tenemos media galleta. Pero como seres espirituales, como partículas divinas, somos infinitos, eternos y todopoderosos.

 Seguir, una Vía, practicarla, es apartar todo lo que nos hace creer que somos seres físicos  independientes de Dios y autosuficientes. Solo entonces, al realizar la Divinidad, como parte de Dios dioses, seremos libres, auténticamente autónomos.

La Vía comprendida en términos relativos, será también, cualquier método digno de ese nombre. Cualquiera que consista en enseñar a sus seguidores, según sus propias técnicas, a percibir, interiormente, esa Realidad la de nuestra naturaleza espiritual, divina. Eso es la Realización,  Realizar a Dios: llegar a ser conscientes de nuestra naturaleza espiritual, Divina. En eso consiste unir cuerpo mente y espíritu.

La Vía es, por tanto única, solo lo es la que nos lleva a la Unión Absoluta, pero las formas de llegar a ella –vías relativas-, son diversas.

El Aikido es una de esas formas, y para ponerla en práctica se hace necesario entrenarla en el tatami, practicar tori y uke. Igual que para practicar Zen hay que hacer zazen, o girar sobre uno mismo y recitar los mantras adecuados si seguimos la vía de los derviches giróvagos o el mantra yoga. Aunque la esencia sea la misma y todos los caminos, si son auténticos, acaben llevando a Roma y se basen en la Unión, la Armonía y el Amor; cada camino tiene su forma. Usando el símil del único río, la Vía Absoluta sería ese Río Principal.  El Único que vierte sus aguas en el Gran Océano, y las vías relativas, serán los afluentes que nos llevan a él. ¡Ojo! Solo esos, los que desembocan en el Cauce Principal. Otros no. La vía del Aikido se aprende en el tatami.

La práctica en el tatami tiene una gran virtud: nos otorga mucha disciplina y lo hace de una manera muy amena y didáctica, mientras vamos desarrollando nuestra creatividad, dando libertad a nuestra capacidad de expresión y mejorando nuestra condición física.

Practicar el waza nos enseña a ser humildes, a  entender que tanto el gozo como el dolor son partes de la existencia y que hay que aceptarlos de igual talente, equilibradamente; ambos son métodos de purificación y mejora, no un castigo o un premio. Fluir con el waza y el compañero da gran coordinación sicofísica, un conocimiento poco común de nuestro cuerpo alcanzable solo por contadas actividades. Es, así mismo, aprender a fluir y unirse con la vida. Practicar ukemi sinceramente, nos enseña a ser aún más dúctiles y disciplinados,  aceptando de buen grado, a otros, otras formas, otros modos… Así, con la práctica asidua sobre el tatami nos iremos puliendo. Ese es el misogi propuesto por el Aikido, sin él, no podremos decir que estamos en el camino del Aikido, que somos aikidokas. Podemos seguir otras vías, ¡claro está!, y practicar la armonía y el amor en en nuestras vidas cotidianas, ¡es nuestra obligación como seres humanos, vayamos o no al dojo!. Pero Aikido es Aikido, un banco con tres patas: cuerpo, mente y espíritu, si le falta una se cae. Ya no será Aikido.

¡HAY QUE PRACTICAR!

Lucio Álvarez Ladera

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