Quiero ser un palo – Por Diego López Blanco

Arroyo Las Cebadillas

Arroyo Las Cebadillas

Que nadie se alarme!!! 

Ya, ya sé que la mayoría de los que habéis practicado conmigo pensáis que voy muy rígido. Pero no, no es esa mi intención.

Hace un rato me dirigí a dar un paseo por la falda del monte Abantos.

Llegué hasta el torrente de Las Cebadillas, a escasos 500 metros de nuestro dojo de El Zaburdón, en San Lorenzo de El Escorial, que tras las últimas semanas de lluvia bajaba con un aceptable caudal.

A su margen me senté deleitándome con el ruido de sus rápidos, disfrutando del ambiente húmedo y las fragancias de esta radiante primavera. 

Con el relax que me provocaba este bucólico panorama, y tras los diferentes baños, abluciones, chapuzones y remojones de mi perrito, osé quitarme las zapatillas y calcetines y meter los pies en el agua. Esta, gélida, provocó en mí aún mayor relax.

He aquí lo cual me provocó lo que tan de moda está citar ahora como que «tuve una experiencia espiritual» (lo digo así porque lo oigo hasta en la cola de la panadería…). Bueno, pues eso, que me relajé y me sentí por un instante aislado del manido mundanal ruido y los devenires y preocupaciones de la mente.

Todo era perfecto. Todo era armonía. Todo se movía al unísimo, con suavidad, con inimitable elegancia. El agua que se desbordaba del curso central horadado sobre la roca de gneis, daba la vuelta a la roca de mayor tamaño y caía por uno de sus márgenes. A su paso, años atrás, habían germinado 3 fresnos y un almendro, los cuales tenían hendidas sus raíces entre las grietas de la roca y eran regados hasta la saciedad por este pequeño caudal; que, metros abajo, se incorporaba al chorro principal. Este, el principal, choca contra una roca, girando en torno a ella y por las características del terreno, hacía un pequeño remanso a modo de piscina, desde la cual el agua resbalaba suavemente roca abajo abriéndose paso entre las piedras para llegar a otro remanso de agua, este menor, donde crecen helechos, juncos e infinidad de plantas con flores increíblemente brillantes de colores blancos y amarillos.

El sonido era absolutamente constante. La pequeña vibración de la roca también. Observando todo, no existe ninguna tensión, ninguna rigidez. Todo está perfectamente acoplado. Perfectamente adaptado.

No es esto la armonía, la unión, el aiki?

El niño que llevo dentro, no podía por menos que tirar palitos a la corriente de agua… Faltaría mas…! Y por supuesto que eran «mi barquito chiquito que no sabía navegar».

El primero tomó el curso de la corriente. El primer remanso lo pasó con suficiencia, impactó con fuerza en la caída del segundo, costándole avanzar por la poza hasta encontrar la salida y tomar un curso rápido aguas abajo perdiendole de vista. Adiooooooos, mi barquitoooo.

El segundo, de mayor tamaño al anterior, lo lancé sobre la corriente aún más arriba, a ver qué pasaba. Método científico. 

Por supuesto que llegó en las mismas condiciones al primer remanso, la primera poza, salió airoso aguas abajo y llegó al segundo remanso. Evidentemente, evidentísimamente, este iba a seguir el curso del agua, como el anterior. 

Oh, Dios, qué ven mis ojos!!! En la segunda poza, debido a las corrientes del agua golpeando en la piedra, el palo (bueno, el barquito,) avanza hacia atrás, viene hacia mí y queda encajado entre los juncos !!! Ha adoptado el sentido contrario al curso del río!!!

Dios mío!!! Qué lección de Aikido!!! El palo está cediendo a donde le lleva la corriente. ¿Qué ocurre? Que yo he predispuesto que por narices el palo va a seguir, como el anterior, aguas abajo, pero él, que no predispone, que no juzga, que no se anticipa, que no está rígido (bueno, un poco rígido pero por su condición de palo…), se une a la fuerza de la corriente, se adapta, con naturalidad hace musubi, y llega a donde la corriente, la armónica, constante y fluida corriente, le ha dirigido.

Acabo de presenciar una gran lección de Aikido.

Me pongo los calcetines, me calzo las zapatillas y no tengo por menos que saludar al torrente antes de seguir mi caminata.

Decía O’Sensei Morihei Ueshiba:

«… No desprecies la verdad que está justo ante ti. Observa cómo fluye el agua en el arroyo de un valle, suave y libremente entre las rocas. Aprende también de los libros sagrados y de la gente sabia. Cada cosa, incluyendo ríos y montañas, plantas y árboles, debería ser tu maestro».

Gracias, maestro Ueshiba.

Gracias, maestro torrente de Las Cebadillas.

Diego.