«En este mundo de amor,
somos el tesoro escondido:
poseemos la eternidad». (Rumi)

Os deseo,

¡¡¡A TODOS, MUCHA FELICIDAD!!!

¡Amigas/os, mucha felicidad! No solo felicidad pasajera, circunstancial, ¡mucha felicidad permanente!
Puede que pensemos que esta no es posible y que se trata solo de una forma de hablar, de un tópico, de un lugar común. Lo cierto es que esa efímera felicidad administrada en pequeñas dosis a la que estamos acostumbrados, y con la que nos vamos conformando, no es más que el reflejo, el barrunto, del deseo profundo de felicidad perdurable que todos tenemos.
Esa, la felicidad consistente, la duradera, no nos la va a dar nada externo -no tenemos más que mirar a nuestro alrededor y mirarnos a nosotros mismos para darnos cuenta de esta evidencia-. La felicidad no nos viene de las cosas externas: bienes, afectos, placeres, logros materiales… Esa felicidad no es más que un conato, un remedo que apenas dura un parpadeo. ¿Cuántas veces hemos creído tenerla y se nos ha escurrido como una cucaña untada de grasa? ¿Cuántas veces hemos visto -y vemos- a personas que, según el molde oficial, tendrían que ser sumamente felices, sufrir hasta el suicidio?
La felicidad buena, la fetén, no está en nada externo. Nos viene dada de fábrica, está en nuestro corazón, en nuestro centro.
Y ahí tenemos que ir a buscarla.
Para ello contamos con una utilísima ayuda, otra evidencia: si la felicidad no nos viene de fuera, si no nos la da gente, objetos o acontecimientos externos, por la misma razón, ¡¡tampoco de fuera podrá venirnos la desdicha!!

Claro que:

«Nada se alcanza sin esfuerzo.
Para obtener la preciosa perla,
primero hay que romper la concha». (Rumi)

Todo requiere un esfuerzo. También la felicidad. Pero el mismo esfuerzo por lograrla deberá hacernos felices, pues lo que se logra sin él, ni dura, ni llena.
La bondad y la maldad, la fealdad y la belleza…, están en nosotros no en las cosas ni en los sucesos de la vida. Las acciones, los acontecimientos, no tienen cualidades, no tienen dualidad. Nosotros se las otorgamos. Y nosotros podemos quitárselas. Nuestra neutralidad los hará neutros, nuestra belleza los hará bellos, nuestra bondad los hará buenos y nuestra sabiduría los hará sabios.

«Las rosas de la tierra
Sólo esconden espinas y zarzas». (Rumi)

Los logros mundanos solo esconden desengaño y sufrimiento, pero únicamente porque es en ellos en los que queremos encontrar la felicidad, en los que depositamos nuestras esperanzas. Sin nuestros deseos, despojados de nuestras expectativas,  estarían totalmente inermes y resultarían completamente inocuos.

Dirijamos nuestros esfuerzos a hallar el depósito de felicidad que hay en nuestros corazones.
Descubramos quienes somos.

«Soy los rayos del Sol que entran
bailando por las ventanas de cada casa.
Soy coralina, oro y rubí,
aunque mi cuerpo de arcilla sea».
 
«La superficie de la Tierra manifiesta:
‘¡El Tesoro está dentro!’
La deslumbrante joya proclama:
‘No os engañéis con mi belleza:
la luz de mi rostro viene
de la vela de mi espíritu'». (Rumi)

El Tesoro está en el interior de cada uno, todos sin excepción somos el rayo de Sol, la coralina, el oro y el rubí, porque la luz de nuestra belleza nos viene de la vela del espíritu.

«El hombre es, sin duda, lo divino hecho carne». (Masahisa Goi. El Corazón del Aikido)

«Hay personas que sueñan con renacer en una Tierra Pura del Paraíso; pero yo creo que es mejor hacer realidad el paraíso aquí mismo, en nuestra existencia presente. Haced que se abra la flor de vuestro corazón y que dé fruto allá donde estéis arraigados». (Morihei Ueshiba)

Es aquí y ahora cuando y donde hemos de hacer florecer la felicidad y manifestarla y expandirla. 

«Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder.
 Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos». (Mateo 5:14-16)

Nosotros somos la luz del Aikido, no nos escondamos, que nuestra obra de armonía y amor, de felicidad alumbre en nosotros y a nuestro alrededor para gloria de O Sensei, del Aikido, de nuestra escuela, de todos y cada uno de nosotros…; del mundo entero.
Cosechemos en nuestro corazón la semilla de amor y la felicidad que el Aikido nos brinda.
Cuanto más sembremos más cosecharemos y más podremos repartir. Y cuanto más repartamos mayor será la siguiente cosecha. Pues amor, bondad y felicidad, son una mercancía inagotable que cuanto más y más se da, más y más crece, más se incrementa y mejora.
 
¡Esta es la tarea, ese es el entrenamiento, ese es el esfuerzo!

Lo dicho amigas/os:

¡¡¡A TODOS, MUCHA FELICIDAD!!

Lucio Álvarez Ladera