*Nota del Maestro Lucio Álvarez Ladera, Shihan 7º DAN:

Pensé en escribir en la web un artículo sobre misogi. Es  algo absolutamente necesario para andar correctamente el camino del Aikido y nunca está de más que nos aclaren los significados, o nos refresquen la memoria. Al escribir también se refresca la mía. En principio proyecté algo de 5 o 6 páginas. Pero, al ponerme a ello, la cosa (el artículo claro) empezó a crecer como un río desbordado.  A extenderse por los folios del Word sin que pudiera -ni quisiera- contenerlo. Lo cierto es que el tema lo merece.  Para poder controlarlo, ya que no detenerlo, lo he tenido que embalsar  en capítulos. Ya vamos por el sexto. Ahí os mando el primero.

 

Misogi es Aiki, Aiki empezó con Misogi (I)

 

Según Morihei Ueshiba el aikido es Kototama y misogi. E insiste una y otra vez  O Sensei en la necesidad de practicar misogi:

 

“El propósito del Aikido es poner en práctica misogi. Misogi es aiki, aiki empezó con misogi”.*

* Todas las citas de O Sensei Morihei Ueshiba irán resaltadas en negrilla.

 

Habrá quien dude, quien interprete a su manera las palabras del Fundador, quien especule sobre su significado. Lo cierto es que, en la mayoría de los casos, sus frases, sus enseñanzas, son totalmente explícitas.

En todo caso, de no estar seguro de su comprensión, mejor no tratar de interpretarlas, sino de entenderlas.

Veamos la primera parte de esta cita:

 

“El propósito del Aikido es poner en práctica misogi”.

 

¿Qué dudas pueden plantear estas palabras?, ¿qué controversia? La intención, el fin, el objetivo del aikido es practicar misogi. ¡Palmario! Sobre esta parte no queda más que decir. Vayamos a la segunda:

 

“Misogi es aiki, aiki empezó con misogi”.

 

Esta frase, si no se sabe bien lo que significan misogi y aiki, sí puede dar lugar a alguna duda.

Bien, pues las dudas están para ser disipadas. Ignorarlas y practicar sin comprender cabalmente lo que estamos haciendo no es la solución. Si no sé, me informo, busco, indago, pregunto, estudio… Actuar de otro modo es una insensatez, una imprudencia o pura arrogancia. Desde luego, en cualquier otra materia muy raramente obraríamos  de ese modo; antes de ponernos a ella nos informaríamos lo más ampliamente que pudiésemos.

¡Quién busca halla!; y, como solemos repetir, en la actualidad es muy fácil acceder a las enseñanzas del Fundador.  Si aún así, si después de haber estudiado, buscado y preguntado, seguimos sin estar seguros de su significado, habremos de comportarnos como simples mensajeros, sin cambiar ni una sola coma, tratando de llevar al tatami y a nuestras vidas el mensaje recibido sin manipulación, intacto. Nunca, por ningún motivo, tergiversándolo o ignorándolo. La semilla germinará y el fruto entrará en sazón en su justo momento; ni un momento antes, ni un momento después.

También debemos a O Sensei la siguiente frase:

 

“Sed sinceros y practicar misogi”.

 

¿Qué es misogi? Aunque más adelante -en otro capítulo- transcribiremos la versión dada por el propio Fundador, facilitaremos ahora una explicación resumida: Misogi es auto-purificación.

Por lo que resulta evidente que misogi requiere una dosis de sinceridad morrocotuda. En primer lugar, hacia uno mismo.

 

“En Aikido primero purificamos nuestro espíritu y luego debemos situar nuestros corazones en el bien”.

 

Lo primero es la mejora –misogi, purificación- personal. Para ello es necesario realizar un ejercicio de constante y sin-ce-ra autocrítica. No es esta una tarea fácil. El ego tiende a justificar sus actos, a darse la razón, pues se alimenta de su propia importancia, y criticarse, censurarse, juzgarse a sí mismo, reconocer sus errores y asumir su responsabilidad, es restarse importancia. Es auto anularse. Y eso es precisamente misogi: la anulación del ego, de su predominio. El ego hace uso habitual del “sostenella y no enmendalla”. Arguye razones y motivos para acreditar sus ideas, palabras y actos. El mejor disfraz del ego, su mejor camuflaje, el que más usa, es ‘la razón, ‘los motivos’. Pero esas razones siempre están basadas en él mismo. Son sus razones. Cuántas tropelías, cuántos desmanes, cuánta arbitrariedad y cuántas barbaridades cometimos los seres humanos en el pasado, cometemos hoy y podemos llegar a cometer mañana en nombre de esas razones del ego. Por causa de ese malsano orgullo de sostener en lugar de enmendar, cometemos las más enormes salvajadas. ¡Qué poco tienen que ver esas razones -extraídas de un juicio siempre condicionado- con las acepciones de: acierto, verdad o justicia que la razón debería tener! Lo cierto es que muy pocas veces significan otra cosa que, mi razón, mi verdad, mi justicia. Yo, mí, me, conmigo; mí, mis, míos y mías.

 

El pecado original no fue simplemente comer el fruto del árbol de la ciencia del Bien y del Mal, sino que al comerlo, al desobedecer el precepto divino, el ser humano se ‘siente’ con el derecho a decidir, por sí mismo, qué es el bien y qué es el mal al margen de Dios. ¡O R G U L L O!. El mero acto de comer del árbol prohibido le hace creerse con la capacidad de decidir al margen de las leyes de la Naturaleza. Se creyó –y así seguimos- igual a Dios e independiente de Él. Creyó –y así seguimos- tener el control de los acontecimientos, poder dominarlos. Se creyó –y así seguimos- dueño y señor de la Creación, con derecho a tomar de ella todo cuanto le pluguiese, sin tener en cuenta el beneficio real y duradero ni para el resto de lo creado, ni para sí mismo (puesto que es parte sufrirá también las consecuencias), viendo solo el aparente provecho inmediato. Inevitablemente –pues no poseemos el don de la omnisciencia del que únicamente Dios goza-, al tomar nuestras decisiones basadas en un conocimiento parcial y muy limitado, nos equivocamos. No somos perfectos por lo que nuestros juicios y elecciones, nuestras decisiones, están muy lejos de ser cabales. Ahí están los infinitos ejemplos, no hay más que mirar el mundo: insolidaridad, xenofobia, odios, guerras, masacres, pobreza, hambre, sed y miseria; incendios, contaminación, devastación de la naturaleza… Y ya estamos planeando propagar nuestro ego por el sistema solar. Buscar en otros planetas materiales, minerales, gas… ¿Para qué? Es fácil deducirlo.

El juicio, la elección, la decisión forman parte del acto, de la vida, son una facultad necesaria, pero mientras para tomarlas dependamos de nuestros condicionantes, mientras las tomemos creyéndonos poseedores exclusivos de la verdad, mientras no actuemos desinteresadamente, estaremos cayendo en el error; más o menos grande, más o menos importante, pero error a fin de cuentas.

Las leyes están para cumplirlas, nos repiten machaconamente nuestros padres, nuestros mentores, nuestros políticos. De acuerdo. Entonces, ¿por qué incumplimos invariablemente las leyes divinas? Y , ¿no nos dicen también que el desconocimiento de la ley no exime de la culpa (causa y efecto)? En ese caso, sepamos que desconocer dichas leyes divinas o dudar de su existencia, pensando que solo existe lo que ‘vemos’ y que solo hemos de ajustarnos a las leyes de los hombres, no va a librarnos de ‘pagar’ las consecuencias de nuestras decisiones y nuestros actos. ¡Y son consecuencias que no prescriben!

Cuando el ser humano actúa según las leyes naturales, según el plan divino, no ‘interpretando’ a su gusto y acomodo el bien y el mal, sus acciones están libres de derivaciones interesadas –no parten del ego, carecen pues de egoísmo, de egotismo- y nunca resultan ‘nocivas’. En apariencia podrán ser más o menos ‘duras’, según las circunstancias que las rodeen, pero siempre serán las necesarias y correctas. Claro que sin misogi será extremadamente raro que nuestras decisiones, acciones o reacciones, sean totalmente desinteresadas, imparciales, justas y cabales.

¿En que se basa el ser humano para tomar la decisión de lo que es bueno y lo que es malo?: En sus propias apreciaciones, en sus criterios personales, particulares.

Acabaremos esta parte dejando en el aire un par de preguntas a las que debemos responder con absoluta sinceridad:

¿Están nuestras decisiones libres de condicionamientos, de las influencias –educación, entorno, gustos, deseos, etc.- que han forjado eso que llamamos ‘nuestra personalidad’? ¿Somos verdaderamente ecuánimes?

 

Lucio Álvarez Ladera

En S. Lorenzo de El Escorial a 30/ 06/2016