Las cosas por su nombre – por  Lucio Álvarez

Hace poco leí un artículo que hablaba de la intención de no llamar “armas” a las armas que se utilizan en el entrenamiento del Aikido. Vaya por delante que este escrito mío, no es una réplica a dicho artículo, sino una reflexión. El artículo en cuestión, lo firma un buen amigo a quien respeto y quiero, y nada más lejos de mi intención que abrir ningún tipo de polémica.

Esta sugerencia de cambiar de terminología surgió en una reunión de la que yo mismo formaba parte y algunas de las propuestas salieron de mi propia boca. Así pues (recuérdalo si me escuchas o me lees), yo era partidario de esta idea. Si el Aikido es un arte de armonía y amor, y un arma es un objeto que sirve, según definición del Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, para atacar y defenderse, o sea, para la lucha, parece paradójico que hablemos de paz y amor con las armas en la mano. Solución: no llamar armas a las armas… Durante algún tiempo, en nuestra asociación (yo personalmente) seguimos ese criterio y anunciábamos nuestros cursos usando otros términos… Pero un día surgió la pregunta: ¿No estaremos siendo más papistas que el Papa? ¿Cómo llamaría el Fundador al katana, al bokken, al jo o al tanto? ¿Azadón?, ¿pala?, ¿martillo?… Un katana es un tipo de sable, de espada, y una espada es, también según la definición del D.R.A.E., un determinado tipo de arma. Bokken quiere decir sable o espada de madera, arma de madera; la traducción de tanto es: cuchillo o puñal, un arma blanca de ciertas medidas; y el jo, es un bastón cuyo uso (al margen de su procedencia como cayado de peregrino o lanza) es el del combate, el ataque y la defensa, o sea, un arma igualmente. Si no hemos de llamar armas a las armas no podremos tampoco llamarlas katana, bokken, tanto o jo, puesto que estos nombres hacen referencia a un arma específica, denominan, definen un arma concreta…

No está en el nombre del objeto la intención de su uso. Un arma puede ser cualquier cosa, aunque no se la dé esa denominación, desde una tarjeta de visita a cualquiera de los objetos de uso doméstico. Una mesa de oficina está plagada de armas potenciales; una cocina, no digamos… En fin, que el mal está en la intención no en el objeto que es algo inanimado. Con que mucho menos en el nombre del objeto.

Ni siquiera la acción en sí misma tiene la capacidad de hacer el mal. Es nuestra intención, la intención de quien ejecuta la acción, la que da tendencia hacia el mal o hacia el bien…, o hacia ningún lado, que es, de hecho, y cómo se verá, el lado correcto.

No me imagino a Morihei Ueshiba llamando al katana con otro nombre que no fuese el suyo, y más, teniendo en cuenta la importancia que la espada japonesa tiene en la cultura y teología de este pueblo. El sable no es meramente un instrumento de agresión o defensa, es un símbolo de la divinidad otorgado por ésta al ser humano, con connotaciones, con sugerencias y significados de mayor enjundia.

Ningi, nieto de la diosa Amaterasu, que fue designado para reinar “sobre las cosas manifiestas”, descendió de los cielos al monte Himuka, en la isla de Kyushu donde recibió de las propias manos de su abuela, Amaterasu, los tres dones divinos: la joya, el espejo y la espada que desde tiempos prehistóricos son los emblemas de la casa imperial japonesa y de su vínculo con la divinidad que la da origen.

En el Nihongi (Anales del Japón), donde se narran los acontecimientos históricos ocurridos hasta el año 697, se pone en boca del señor local Ito, el siguiente discurso:

“¡Soberano celestial, qué dirijas el universo de forma tan maravillosa como se curvan estas joyas (yasaka); qué hagas brillar tus miradas sobre montes, ríos y mares como lo hace este espejo (yata) de resplandor plateado; qué pacifiques la tierra con esta espada (kusanagi) de diez palmos de longitud!”.

En los glosarios de algunas obras dedicadas al estudio de los mitos japoneses, detrás de la traducción de yasaka y yata, la joya y el espejo, en lugar de darse una explicación, se lee: Significado desconocido.

Es normal, no es posible acercarse lo suficiente a la teología shintoísta sólo con espíritu erudito, estudiándola desde puntos de vista meramente historicistas, sociológicos, antropológicos o políticos. Se necesitan un corazón y una mente abiertos, libres de prejuicios y condicionamientos y con un mínimo de confianza y de conocimiento en los significados místicos que todas las religiones tienen en sus orígenes. Sin esa confianza, sin ese mínimo de práctica mística y del entendimiento de los símbolos que la representan, todas las explicaciones se reducirían a meros cuentos mitológicos producto de la imaginación, a leyendas.

En “Antiguos Mitos Japoneses” la Dra. Nelly Naumann, dice: “La historia de esta religión sintoísta muestra, sin embargo, la escasa importancia que tienen en ella los mitos en sí, si bien, en cierta medida, son todavía los dioses de los mitos los que se adoran en los santuarios. […] Las explicaciones de la mitología que se pueden leer u oír de parte del sintoísmo -dice también la Dra. Naumann-, van desde la especulación esotérica hasta la simple fe en la letra”. La profundidad del sintoísmo (como de casi cualquier religión) va más allá de la fábula, de la especulación intelectual o la fe ciega en la interpretación al pie de la letra de los textos.

Para poder comprender algo toda esta simbología hay que empezar por entender qué es lo que quiere decir shinto, qué es el shinto, lo que permitirá sacar posteriormente algunas conclusiones más cercanas al verdadero significado de la joya, el espejo y la espada, de lo que lo hacen los estudios políticos o sociológicos.

Shinto proviene de la palabra china shen-tao y quiere decir: “camino divino”, “vía divina”. La “acción divina” de la que hace uso el santo, la vía que sigue el santo o el soberano santo. Ningi, que baja de los cielos para regir las cosas manifiestas. Se trata de la divinidad reencarnada, ¿Quién mejor que un ser celestial, divino, en posesión de los poderes y conocimientos esenciales del universo, para regir el mundo material? Es una figura similar en casi todo a la figura de los grandes maestros de las religiones: Jesus, Buda… o cualquier otro de los Grandes Maestros Verdaderos que en el mundo han sido, la encarnación de la divinidad, el ser iluminado que viene al mundo para regir los destinos (espirituales) de los seres humanos. Shinto es la acción de tal soberano santo en su calidad de dios (kamunagara, como dios, igual que dios) Está creencia, enseñanza sería mejor decir, es común en los orígenes de casi todas las vías o religiones.

“La doctrina de que Dios puede encarnarse en forma humana se encuentra en las principales exposiciones históricas de la Filosofía Perenne: en el hinduismo, en el budismo mahayánico, en el cristianismo y en el mahometismo de los sufíes” (Aldous Huxley en La Filosofía Perenne)

Como ocurre con todas las religiones hay una gran distancia entre su sentido dogmático, ritualista o socializador y su primigenio significado. Casi todos los místicos de cualquier religión, que son quienes retoman los mensajes originales, el auténtico sentido de esas religiones (coincidiendo invariablemente entre sí por muy lejanos que se encuentren en el tiempo y/o el espacio, o en las nomenclaturas que usen), han sido incomprendidos por los dogmatistas de sus religiones, denostados e incluso perseguidos encarcelados y ejecutados: Jesús, Mansur, S. Juan de la Cruz…, y un larguísimo etcétera que va de sur a norte y de este a oeste del mundo, de ayer a hoy y -es de prever sin temor a equivocarse mucho-, de hoy a mañana.

Morihei Ueshiba fue un místico y, muy probablemente (casi con total seguridad), irían por ahí los tiros cuando se refería a que el Aikido retomaba el espíritu de las auténticas y antiguas artes marciales.

Como es lógico, fue denostado por los “puristas” e incomprendido hasta por sus propios discípulos. Se decía que sus explicaciones eran demasiado complicadas, crípticas. Para alguien no iniciado, cualquier mensaje puede resultar un auténtico galimatías. Durante siglos la escritura, la pintura, las artes en general, así como los mensajes orales, han estado llenos de significados simbólicos de mayor o menor calado, desde los mensajes místicos a las claves gremiales: Dios representado como un ojo en un triángulo (que saquen fácil conclusión los informados en este tema), las Pinturas de Bueyes del Zen, que representan el proceso de “amansamiento” del buey salvaje que es la mente; el Caduceo, dos serpientes enroscadas alrededor de una vara recta y coronada, que portaba Mercurio y que toman como símbolo la farmacopea o la medicina y que es realmente el símbolo de Hermes (a quien se lo otorgó Apolo), el mensajero de los dioses, el enlace entre dioses y humanos que da nombre a lo hermético, a lo oculto y secreto… Las interpretaciones de estos y otros muchos símbolos hechas por parte de los profanos, han ido de lo chusco a lo demencial. Pero, en realidad, la verdadera interpretación de esos símbolos es de una extrema sencillez, lo que la complica son los extravíos interpretativos de quienes buscan a ciegas.

No vamos entrar aquí en si, con el paso del tiempo, algunos descendientes de Ningi, perdida su kamunagara, calidad divina, hayan aprovechado la ingenuidad e ignorancia de las gentes para mantener vivo el mito y así perpetuar su dinastía y sus prerrogativas. Como decimos, no se trata de hacer ningún estudio político o social de este asunto, (eso es algo que corresponderá a otros mejor cualificados), sino de intentar explicar el significado de los dones divinos otorgados a los seres humanos y más concretamente el de la espada; y, para ello, nos es indispensable aludir a su significado profundo. Sin la visión mística no se puede liberar al shinto (o a cualquier otro credo) y a sus símbolos de su infortunada servidumbre a los aspectos históricos y a su manipulación interesada:

Yasaka, la joya, proviene del árbol sagrado sakaki, que alzado en el ombligo del mundo entronca con el cielo. Une el cielo y la tierra, por decirlo de forma sencilla. También los cabellos de Amaterasu no kami están cuajados de yasakas. Simbolizan la divinidad, el verdadero tesoro que da vida al universo entero, lo divino.

Yata, el espejo, simboliza el reflejo de lo esencial. El universo manifiesto es el reflejo de la divinidad, del universo esencial y oculto. Refleja, también la energía divina; y sobre todo, muestra, a quien se asoma a él, dónde se puede encontrar la joya, yasaka, que es fuente de la vida y el gran y auténtico tesoro. Muestra donde está escondido dicho tesoro: en la imagen que se refleja en él… O sea, en uno mismo. El ser humano es reflejo del Ser Superior y en su interior está la joya de la divinidad.

Kusanagi, la espada, entre otras cosas, otorga al ser humano la capacidad de decidir entre dar la vida o dar la muerte, entre el bien y el mal: La capacidad de decidirlo por sí mismo, no sólo de distinguirlo y elegirlo, sino de decidir qué es el bien y qué el mal. Este es un poder sobrenatural que pone en grave riesgo a quien lo posee si hace mal uso de él. Un poder que, en realidad sólo corresponde a la divinidad. Sólo puede esgrimir correctamente la espada quien posee kamunagara, la calidad divina.  

Kusanagi, no es una espada cualquiera posee una doble acepción: kusanagi significa serpiente (recordemos el Caduceo) en su aspecto negativo, o mejor dicho, maligno, omnidestructivo, eliminador de la vida; pero así mismo kusa-nagi significa cortar, segar la hierba. El legendario héroe Yamato-takeru usó la espada para segar la hierba y acabar con el fuego, lo que da, a la espada, un aspecto positivo y benéfico de preservación y renovación de la vida. Igualmente, la espada, en manos de un ser divino, de un ser puro con kamunagara, cualidad divina, destruye la maldad de la serpiente y se convierte en instrumento positivo del orden vivo. La espada, que da la muerte, se convierte con su uso adecuado en “la espada de la vida” y remite a la serpiente como símbolo de renovación de la vida. (Las dos serpientes del Caduceo se anulan la una a la otra, detienen su oposición y equilibran la existencia uniendo negativo y positivo otorgando así la “salud” física, mental y espiritual) Posee dos nombres: Kusanagi no Tsurugi y Ameno no Mura Kumo Tsuragi (o Espada de las Nubes Celestiales)

También significa la espada, su filo más concretamente, la estrechez del camino por donde debe transcurrir el ser humano para hacer buen uso de este don de los dioses en busca de su kamunagara, su calidad, su condición divina. Un camino angosto, inflexible y peligroso que no da paso a dos, o pasan la ética y la bondad, o sea el espíritu, o pasa el ego. Pasa la cualidad divina del ser humano o pasa su cualidad oscura e irracional.

La espada está íntimamente ligada al Aikido, muchas de sus técnicas surgen de ese arte, sus desplazamientos, su concepción, la distancia…No en vano al Aikido se le suele apodar “el arte de la esgrima sin espada”. Pero no solo influye en sus aspectos externos, también su ética se basa en un principio fundamental extraído de la ética del sable: ai-nuke, la mutua preservación. En Aikido se representa éste a través de Ikkyo, el primer principio, no sólo técnico, sino también, y sobre todo, ético.

Cuando Saotome Sensei preguntó a O Sensei Ueshiba cuál era el verdadero secreto del Aikido, el Fundador respondió: “Ikkyo, esto es. Te lo he enseñado desde el mismo comienzo”.

Durante siglos el espíritu del Budo, el camino del guerrero, discurre paralelo entre el desarrollo marcial y el espiritual. Principalmente a raíz de la incorporación de los métodos de meditación zen de adiestramiento mental y espiritual y de la creencia en la ley de causa y efecto (karma). En el entrenamiento y finalidad del guerrero se da, como en todos los aspectos de la vida, una dualidad, la dualidad de preservar o quitar la vida. Preservar la vida propia y la de quienes estuviesen bajo su protección y quitar la ajena en el cumplimiento de un deber o unos principios (no de forma aleatoria y gratuita como muchas veces se cree) El bushi, el guerrero, tiene un compromiso, unos lazos tan fuertes de obligación hacia su clan, su familia o su señor, que en comparación con estos, su vida carece de valor, al punto, de sacrificarla con total naturalidad en el cumplimiento de su deber social: giri. Su vida no es nada ante sus obligaciones. De aquí surge el principio de ai-uchi, la destrucción mutua. No se trata simplemente de un suicidio ciego, comparable al del terrorista que se lanza, forrado de explosivos, a ojos cerrados contra su objetivo…, ¡y que salga es sol por Antequera! Si acierta mueren tres millares, y si no, qué se le va a hacer; alcanzará no obstante fama entre los suyos y favores en el más allá. Se trata de cumplir fielmente, eficazmente una misión, con éxito, no dejando éste en manos de la fortuna, para lo cual, hace falta un alto grado de progreso tanto en el control mental como en el espiritual. Saotome Sensei en su libro, Los Principios del Aikido, escribe:

“La conciencia de ai-uchi no puede alcanzarse a través de un desprecio por el valor de la vida. Sólo puede adquirirse siendo consciente del verdadero valor de ésta. Una persona no puede renunciar verdaderamente a la vida sin conocer su valor […] La aceptación de la muerte por parte del espadachín sólo puede provenir de su elevación por encima de su apego a la vida, no por la ignorancia de este precioso regalo. […] En su aceptación de la muerte, alcanza una serenidad interior y una determinación que le ayuda a conservar la vida -propia y ajena-, y en su falta de apego por la vida llega a comprender mejor su significado. Este es el concepto de ai-uchi”.

Ai-uchi, la mutua destrucción, no es pues, como ya se ha dicho, un acto ofuscado de violencia, sino un proceso de desapego por lo material que llega a su máxima expresión, con el desapego por la vida propia. Requiere mucha elevación, mucha serenidad espiritual.

Pero, mientras para algunos ai-uchi representa el grado último de elevación, casi de iluminación, el progreso espiritual prosigue.

En el siglo XVII, un samurái muy famoso, Harigaya Sekiun, da un paso más allá, ¡mucho más allá!, e introduce el concepto de ai-nuke, mutua preservación. Piensa que ai-uchi es un falso principio que se desvía en realidad del camino del guerrero. Cree, que siempre que le sea posible, por cuestiones de superioridad, a causa de una mayor fortaleza o destreza, el guerrero intentará vencer a su oponente, y que sólo se dará ai-uchi en caso de un equilibrio de fuerzas y no a causa una corrección moral. Declara: “Esto sólo demuestra ignorancia y estupidez. Son las mismas tácticas y mentalidad de tigres, lobos y demás animales salvajes que luchan por sobrevivir. Es renunciar completamente al do, al camino. Este no es el camino de la espada, ni debe ser el comportamiento de un samurái. […] El camino de la espada está enraizado en la conciencia del sabio, santo. […] Hay un solo camino, aunque puede adoptar muchas formas. En este punto, tanto los sabios de la antigüedad como los de los tiempos modernos, están de acuerdo. Debido a esta concurrencia, el sabio no tiene en cuenta quien es superior o inferior. Si dos sabios llegan a enfrentarse, el resultado, inevitablemente será ai-nuke. […] Derrotar al mal o protegerse de sufrir daños es meramente un corolario, una secuela, del objetivo de las artes marciales. La absoluta libertad de apego y de deseo, es el estado mental que debemos alcanzar (la acción neutra de la que hablamos al principio que se representa por los dos aspectos de la serpiente, o la espada, sujetos a un perfecto e inamovible equilibrio). Para acercarse aunque sea un paso hacia el objetivo, se debe tratar de conocer el propósito divino de la vida. Hay que poseer la espada de la sabiduría y aprender a ser uno con el universo. Al hacerlo, podemos llegar a descubrir el verdadero sentido del Bu en el reino divino”.

El Fundador del Aikido el Gran Maestro Morihei Ueshiba, define bella y perfectamente el sendero del bushi en estos versos:

“El arte del sable:

ni me tocan

ni toco a mi oponente;

libre, avanzo

y obtengo lo definitivo”.

El sabio, que se mira en yata en busca de su kamunagara, comprende que yasaka esta en su interior y en el interior de todos los seres de la Creación y que no hay, por tanto, superior e inferior. Que malo y bueno son conceptos formados por la ignorancia y que no hay, por tanto, nada malo que derrotar ni nada propio o particular que proteger, por lo que su acción siempre será, inevitablemente, ai-nuke, mutua preservación, una acción libre de intención o deseo destinada a proteger la vida.

La vía de la espada (un arma) pretende, pues, una máxima elevación del espíritu. El mismo espíritu que impera en el Arte del Aikido y que está representado en él por Ikkyo, al que Saotome Sesei llama: Arma del espíritu…

Como decíamos al principio, no es en el nombre de las cosas donde reside el error, el error está en la equivocada interpretación de los principios fundamentales del Aikido y del universo. La intención, sujeta a deseo, que demos a nuestras vidas y a nuestro Aikido, a nuestras palabras o nuestros actos, es la que señala su tendencia y los cualifica. De nada servirá al verdadero desarrollo interior el cambiar las cosas de nombre si no cambiamos nosotros logrando kamunagara.

Repito, que no trato de entablar polémica alguna y que respeto la opinión de quienes piensen de otra manera, y en particular, la del autor del artículo que mueve a esta reflexión, que me es persona muy grata ¡Sus razones tendrá! Y serán seguramente tan válidas como puedan serlo las mías. Pero, para mí, y para lo que creo debo difundir, si lo que malogra mi progreso en el camino es la intencionalidad de mis actos, el deseo que los mueva y no otra cosa. Si, lo que me llevará a dicho progreso es el desapego y la falta de deseo en la acción, o acción neutra, el uso que haga de mis armas, tanto de mi katana, mi bokken, mi bastón, como de otras que pueda poseer: mi palabra, mis manos o mi mente, y no el apelativo con el que las denomine, ¿por qué no llamar entonces a las cosas por su nombre?

Lucio Álvarez Ladera