La atención – por J.A. Samiñan

Con frecuencia, durante el entrenamiento, cuando hacemos de Uke, no respondemos a la acción de Tori, a lo que Tori hace, sino a lo que nosotros creemos que va a hacer o a lo que creemos que debería hacer. Así, perdemos la naturalidad y la frescura  convenientes en la práctica y, por tanto, una parte importante de su enseñanza.

E igual se puede decir de Tori respecto de Uke. A menudo pretendemos que la técnica sea idéntica vez tras vez, repetición tras repetición, sin tener en cuenta que, por el contrario, la técnica siempre es distinta pues en la acción de Uke siempre difieren, en mayor o menor medida, la velocidad, la dirección, la fuerza y otros muchos factores.

De modo que, en esas ocasiones, no estamos lo suficientemente atentos a la realidad, a lo que de verdad es, a lo que está ocurriendo, sino que actuamos, como el perro de Paulov, condicionados por recuerdos y expectativas. Esperamos que ocurra algo y recordamos una forma de reaccionar ante ello. Es fácil comprobar este extremo en las ocasiones en que, esperando un ataque por un lado, Uke lo efectúa por el otro y detenemos la técnica porque no estábamos preparados para eso. Ni hablar ya del caso en que Uke cambia sorpresivamente de ataque. Tal vez nos creíamos muy atentos, muy concentrados, y puede que fuera cierto, pero desde luego no teníamos la atención donde debe estar, en la realidad, en el aquí y ahora. Quizá teníamos la atención en cómo iba a ser nuestra respuesta, en cómo íbamos a salir hacia no sé qué lado o en cómo íbamos después a ejecutar no sé qué movimiento. 

En el fondo, estábamos atentos a nosotros mismos, cerrados y ciegos en nosotros mismos, en nuestro diminuto yo, separándolo del resto, haciendo diferencias: yo y lo demás, sin abrirnos al exterior, a lo que nos rodea, al Universo; sin generosidad, al cabo, sin unión.

Esto no se da sólo en el tatami; el tatami es un reflejo de la vida. Habitualmente, en el día a día, nos desenvolvemos en situaciones que automatizamos y procesamos casi sin darnos cuenta. Tenemos respuestas preestablecidas para situaciones tipificadas por nuestros inteligentes cerebritos y que soltamos con una inercia pasmosa. Inevitablemente, después, en ocasiones, nos repetimos: debería haber dicho esto… debería haber hecho esto otro…

Tengo un amigo que cuando me está hablando y advierte que, aunque le miro fijamente, no le estoy atendiendo, de súbito dice algo como: …y entonces le toqué los pechos!, a lo que yo, sobresaltado, respondo saliendo de mi ensimismamiento. Así somos.

Cada instante, por tanto, es nuevo e irrepetible. Nuestra atención debe estar viva, nuestra acción debe ser espontánea, siempre natural. En Aikido entrenamos eso. Uke debe ser neutro, como el reflejo en un espejo, sin poner ni quitar, unido a Tori permanentemente. Tori responde a lo que es, a cada momento, sin esperar nada concreto.

Si estamos de acuerdo en esto comprenderemos ahora la importancia del silencio y la concentración durante el entrenamiento: preguntar al compañero, hacer comentarios, o cualquier otra inferencia provoca un corte en el flujo de atención. Será preferible pasar por alto alguna duda u observación que tengamos en pos de cultivar la atención.

Samiñán.