Hoy también vine a caer…

Desde el momento de nuestro nacimiento buscamos el calor de nuestra madre y su pecho para alimentarnos. Es nuestra condición de indefensos mamíferos. Poco a poco vamos desarrollando los sentidos y las habilidades, muy lentamente… Pero hay un momento, en torno al año de vida, en el que la fuerza de nuestro cuello, nuestra espalda, nuestras caderas, y nuestro instinto, nos invita a erguirnos, a movernos por el mundo. Desarrollamos el sentido del equilibrio, y de esta manera, comenzamos a caminar.

Desde entonces, suele ser un largo camino hasta el momento en el que, normalmente postrados, nos llega la expiración, y decimos adiós al mundo material en nuestra forma física. Es decir, hemos caído, llegó nuestra muerte.

Hemos de pasar por millones de vicisitudes hasta llegar al momento de nuestro último aliento, nuestro último pulso. Todo, ha concluido en llegar a que nuestro cuerpo cae de manera final. Es entonces cuando llega la rigidez absoluta de nuestros músculos y articulaciones.

Haciendo un chiste malo, en nuestra práctica de Aikido, muchas veces evitamos la caída, o parece que nos cuesta caer… ¿porque tenemos miedo a la muerte…?

Dentro del arte del Aikido, es un arte en sí el «Ukemi», el arte de caer.

Desde nuestra primera clase se nos instruye y alecciona en cómo hacerlo, en cómo ir mejorando la técnica de la caída, cómo ir puliendo cada detalle de la misma para que sea perfecta, para que no nos lesione, para que hagamos «Aikido con el suelo», para hacer «Musubi». Nuestros instructores suelen hacer infinito hincapié en este aspecto, ya que es este de vital importancia.

Hace unos años, en una exhibición de Aikido de AFAMADRID, unos niños de nuestra Asociación en el graderío trataban de explicar a sus padres lo que allí acontecía. Uno de ellos decía : «…mira, mamá. Ahora se tira, porque si no se tira le matan…». Me hizo mucha gracia la simpleza de la explicación. Y realmente, de ahí surge el echo y el movimiento de la caída; que no es que se tire, si no que sublimando la violencia, y buscando el «Musibi», la unión, en Aikido,  «uke» se une al movimiento y cae de manera armoniosa ante la proyección de «tori». Sin violencia, sin estrépitos ni terribles lamentos de dolor…

Esto es en sí unión, aunque a veces cueste ser entendido y apreciado…

Cómo me gusta ver compañeros que saben caer suavemente, con elegancia… ¡¡¡ Qué envidia cochina !!!

Si en una técnica en la que hay mucha proyección, no adoptamos la postura adecuada, no nos unimos bien a la proyección del «tori», y caemos al suelo sin control… ¿Qué ocurriría?

Hace tiempo, un compañero me comentaba que un conocido suyo se había examinado de un grado determinado de un afamado Arte Marcial.. Al finalizar su examen acudió al Servicio de Urgencias Médicas a que atendieran su maltrecho brazo y sus costillas rotas, y así mismo, suturaran su ceja y su labio… Lo más curioso es que, parece ser, que en determinados niveles de este tipo de Artes, esto es admisible o habitual, en un examen de grado…

No concibo esto en Aikido. Y es más, rotundamente afirmo que eso jamás formará parte de Aikido. «Ai nuke», o la mutua preservación,  jamás estará detrás de la brusquedad, dominación o sometimiento, violencia, lesiones… Y lo digo por aquellas corrientes que se empeñan en difundir que Aikido es un peliagudo arte de combate, y que aquellos que buscamos «bailar»   ( y dale… )   no practicamos Aikido (lo que he oído que denominan bailes de salón o de señoritas…). Como mi anterior texto («¿Bailamos?») ha salido a mención en algunos de esos foros sociales, por eso les menciono.  (Ah, y que vivan las mujeres sean señoras o señoritas).

Invito a todo el mundo a leer las palabras del Fundador y a ver las filmaciones que se han conservado de su práctica desde los años 50.

De hecho, no he visto ni una sola filmación de O´Sensei en la que alguien salga lastimado, violentado, sangrando o con alguna articulación rota…

Practicando Aikido con niños, en ocasiones vemos lo atrevida que es la imprudencia, las ganas de hacerlo bien y de compararse a los demás intentando caer con el mismo ímpetu que el que sabe más que ellos…  Mas qué curioso, ¡¡¡ Por qué, en ocasiones, nos empeñamos los adultos en imitar esta temeridad infantil !!!

El control de nuestro centro, de nuestra mente, de nuestra intención, de nuestra atención,  de dejarnos llevar por la nada para unirnos al Aiki, ha de tener su reflejo en cada técnica, en cada saludo, en cada respiración, pero muy especialmente en cada caída, en cada «ukemi». Y la razón es muy sencilla: La gravedad, la dureza del suelo, nuestra constitución anatómica, nos incitan a caer bien… De esta manera, estamos invitados a proseguir con la práctica y a volver a la siguiente clase… Y más allá… Es entonces cuando estaremos haciendo Aikido. Cuando nos ofrecemos y servimos. Cuando somos servidores. Cuando somos «Samurái»…

Observando la naturaleza… ¿Qué es lo que aparentemente hace? Sinceramente, mi conclusión es que nace y muere para volver a nacer, regenerarse. Nada se crea ni se destruye, si no se transforma, que reza la ciencia… Esto es el arte de caer, adaptar nuestra situación a un final que nos lleva a un nuevo comienzo… El de la siguiente técnica.

Quizás, la elegancia, suavidad, ligereza y coordinación de una caída, representa uno de los más importantes valores de Aikido: El de la unión, la aceptación, el respeto y la continuidad…

He dicho.