Cuando era pequeñito, se anunció a bombo y platillo el paso del cometa «Halley» cerca de la órbita de la Tierra… Este fenómeno que se produce cada 76 años, sería visible desde la Tierra. Yo tenía apenas 10 añitos, con lo cual, cuando volviera a pasar cerca del Sol y nuestro planeta, si viviera, yo tendría ¡¡¡ 86 años !!! De estar en esta existencia, en este cuerpo, quizás mis ojos estarían nublados y no me permitirían ver con nitidez su destello.

Pensando en eso, cada amanecer, me levantaba muy temprano, con la negativa de mi madre (¡¡¡Ay las madres!!!), para poder ver aquel tímido destello sobre el horizonte de Madrid… La mayoría de los días, la contaminación no me dejaba verlo, pero durante varias jornadas en las que el fenómeno era visible sí pude ver su tímido refulgir… La vivencia de aquel niño, vista 30 años después, me persigue, porque me parece todo un ejemplo a seguir… De manera inconsciente, me dejaba llevar por el entusiasmo, por la ilusión.

Mi ilusión por el Universo, los astros, por contemplar el firmamento, por aprender, por ver, por sentir, por cuestionar… me llevaba a levantarme antes del alba, la hora buena para ver dicho fenómeno; sin despertador, sin que nadie me despertara, en silencio, a hurtadillas, para que mi madre no me enviara de nuevo a la cama (previo «rapapolvo»)…

La oportunidad era única, y sabía que no podía dejarla pasar. Para mi madre era más importante que durmiera muchas horas, que descansara, que recuperara fuerzas para un nuevo día de cole, que no anduviera «perdiendo el tiempo con tanta tontería…». Para ella era más importante lo puramente material (como buena madre del colectivo: «Madres de España, S.A.»).

Llegada la madurez de mi vida, recuerdo aquello como una auténtica hazaña. Y encuentro multitud de similitudes entre aquello y las vivencias por las que he pasado desde el comienzo de mi práctica de Aikido.

Muchas veces me he encontrado con la negativa o el sutil rechazo de mi entorno hacia mi interés por practicar Aikido, como de niño encontraba aquella incomprensión, por parte de mis mayores, de madrugar para ver el cometa Halley. Expresiones del tipo: «seguro que si te obligaran no ibas», «pero cómo vas a salir ahora de casa con la que está cayendo…», «Osea, que te duele la espalda pero vas a clase…», «¿no os cansáis de repetir siempre lo mismo?», «no sé que sacarás de eso…», «prefieres pasar sin dormir con tal de ir a clase…» (querida familia, exparejas y allegados… ¡¡ Os quiero !!).

Pero nada, erre que erre, buscando la manera de hacer un hueco, adaptar horarios, tiempo libre…, para entrenar, para no perder oportunidades de practicar, de buscar, de «aprender».

La sensación que tenía de niño, si no veía el cometa cada mañana, o al menos sin intentarlo, era la de OCASIÓN PERDIDA… Lo mismo creo que deberíamos ver o sentir en la maravillosa oportunidad de practicar Aikido. Voy más allá de la práctica, y me atrevo a decir: LA MARAVILLOSA OPORTUNIDAD DE VIVIR AIKIDO.

Quizás no somos conscientes de que este gusanillo, esta «droga», quizás no llega porque sí; sino que llega porque estamos preparados, o suficientemente avanzados en algún sendero (quizás «El Sendero») para tomar contacto con todo esto, con la búsqueda de la verdad suprema, la búsqueda de la unión con el Universo, la unión Cuerpo-Mente-Espíritu que nos decía el Fundador, Morihei Ueshiba; con la búsqueda y el contacto con el «Kototama».

Vivamos con esta ilusión, la ilusión de un niño que miraba a las estrellas, la ilusión y la alegría de practicar y vivir Aikido, sin escatimar en sonreír a nuestras limitaciones, nuestros impedimentos sociales, nuestra falta de tiempo, circunstancias familiares, laborales, de salud…

Deberíamos darnos cuenta de la gran suerte que hemos tenido llegando a este camino, y aprovechar la oportunidad del aquí y ahora:

– Aquí – Aikido.

– Ahora – Aikido.

Quizás, dentro de 76 años, sea demasiado tarde…

Un cordial saludo.