WAZA ¿para qué? ……………………………..por Lucio Alvarez

Antes de entrar en materia, como proemio a esta exposición, habremos de explicar qué entendemos cuando nos referirnos al waza.

Waza se entiende como técnicas en general; y, si a ellas nos referimos según dicha interpretación, estaremos incluyendo todo tipo de métodos de entrenamiento que pueda haber en el Aikido, tanto si constituyen un sistema de respiraciones, de ejercicios de preparación física o el sentarse en meditación estática. Pero, habitualmente, en Aikido, cuando hacemos referencia al waza queremos decir ejercicios con compañero y, más concretamente, aludimos a las técnicas de combate: katame waza, nage waza y técnicas intermedias. El mismo Kisshomaru Ueshiba hace esta interpretación en El Espíritu del Aikido.

Así pues, es, siguiendo esta costumbre, exclusivamente a este grupo de las técnicas al que aquí queremos referirnos. ¿Qué significado tienen estas técnicas destructivas y letales en un camino que se autodenomina del Amor, de la Armonía, de la Paz? ¿Por qué simplemente no se desechan?

Resulta maravilloso, y muy de agradecer, como el planteamiento de algunos compañeros nos hace estrujarnos las meninges para poder difundir lo que, aunque supiéramos de una cierta forma, digamos latente o potencial, nunca nos habíamos planteado explicar. Este ejercicio depura y clarifica los conceptos para que puedan ser comunicados de la única forma posible entre mortales corrientes: a través del lenguaje. Pero, como solemos recordar, dicho leguaje inevitablemente adolece de imperfección y es limitado.

No obstante, a pesar de los abundantes y forzosos corsés que nos constriñen, me parece que el asunto puede quedar suficientemente despejado.

En la vía del Aikido el waza es útil para poner en práctica físicamente el principio de armonía que en otros sistemas representa sólo una idea. Esto no quiere decir, de ninguna de las maneras, que otras vías sean mejores o peores. Si la vía es estática, al principio, el concepto de unión será nada más que eso, un concepto. El Aikido pretende ponerlo en práctica desde sus comienzos usando el waza para tal fin: Tai-iku. No sólo debemos pensar en armonizar, hemos de hacerlo materialmente.

Conviene aquí aclarar una cosa:

Todo será según elijamos. Si elegimos que el Aikido sea un camino de destrucción, eso será aunque ya su nombre carezca de sentido. Si queremos que cualquier vía sea lo opuesto a lo que pretende ser, eso será. Eso es el libre albedrío, la posibilidad de elegir. Y mientras estemos en este mundo dual siempre estaremos eligiendo, y no sólo ante dos posibilidades, esto es lo que nuestros poco desarrollados sentidos nos permiten apreciar a simple vista. Hay múltiples opciones, posibilidades de “realidad” que se nos hacen “reales” sólo cuando efectuamos la elección. De cualquier forma, y por motivos prácticos de comunicación, conformémonos con lo que a priori percibimos: el mundo de la dualidad.

La intención de la Vía es sacarnos de esa rueda de elecciones innumerables y colocarnos en el fiel de la balanza donde no hay ni frío ni calor, ni violencia ni no-violencia; fuera de las opciones. Así, podría asegurarse que eligiendo seguir la Vía, sólo elegimos una vez, esa. A partir de ahí hemos de entrenar nuestro cuerpo y nuestra mente en la vacuidad, que no es un mero hueco, sino el alejamiento de las opciones. Nuestra mente, para su rendimiento material, está acostumbrada a discriminar, comparar, categorizar, elegir…, juzgar, y hay que enseñarla a dejar de hacerlo para que puedan desarrollarse otras capacidades más elevadas: la atención y la contemplación.

El Aikido es una vía activa, dinámica y la acción no tiene extremos, es únicamente acción. Cuando, en el Bhagavad Gita, el príncipe Arjuna, teniendo su ejército formado frente al de sus enemigos, se deprime y duda de su ataque al contemplar en el bando contrario a sus más queridos familiares y amigos, recibe el consejo del dios Krihsna (nada más y nada menos que la manifestación de Visnú en el amor de las almas a Dios), quien le hace ver que la acción no es ni mala ni buena; la acción en sí misma no tiene, no puede tener opuestos, somos nosotros, los humanos, quienes que se los damos al elegir. Y le dice también: “… ¡oh, Arjuna! Ejecuta tu deber y abandona todo apego por el éxito o el fracaso.”

Por lo tanto, si queremos encontrar la vía que es el Aikido, nuestras acciones (wazas) han de estar desprovistas de toda intención, salvo la de armonizar; y aun ésta, sin demasiada insistencia, dejando que poco a poco, con el entrenamiento constante, se vaya manifestando por sí sola envolviéndonos en su ritmo que es el ritmo de la Creación toda.

Nada hay que buscar, nada hay que pretender: realizo waza armonizando con el compañero y esto deshará cualquier posibilidad de violencia ¿Cómo puede haber o no violencia si hay armonía? Eso es Takemusu Aiki. Y por la armonía las técnicas quedan desprovistas de toda violencia y hasta las formas físicas y estéticas de éstas, se modifican y se adaptan haciendo absolutamente innecesarios y hasta inoperantes e ineficaces, ciertos gestos bruscos y dañinos, sin dejar por ello de ser lo que son. Ese es el “koan” del Aikido.

Tanto uke como tori, han de insistir en unirse coordinadamente, sintonizar sus ritmos, fuerzas y potencias, sin buscar otra cosa. Si se realiza waza sincronizadamente, no puede existir la elección, pues los opuestos desaparecen. No habrá uno fuerte y otro débil, uno rápido y otro lento, uno violento y otro no… Al armonizar se convierten en uno. No hay disyuntivas.

A veces, el maestro fuerza a algún uke o se opone a su acción; esto se debe a muy diversos motivos, que el discípulo no está capacitado para comprender, ni tiene porqué conocer. Dicho acto concierne solamente al profesor y al alumno que lo recibe y los demás alumnos no deben tratar de imitarlo; salvo que se trate de un discípulo muy avanzado, sólo cuando conozca el sentido de tal actitud y siempre con mucha moderación.

Esta mala interpretación representa un grave riesgo tanto físico como de concepto y ha dado lugar a muchas desviaciones del auténtico sentido del Aikido.

Otra utilidad de waza, no menos importante, es la de purificarnos. Waza es un extraordinario misogi. Para la realización de cualquier vía misogi (limpieza, purificación, tanto física como mental y espiritual) es lo primero, lo segundo, lo tercero… Es la constante labor durante toda la vida. Pues, la purificación, la limpieza absoluta no puede darse en este mundo.

Imaginemos un ejemplo sencillo:

Tenemos el mayor compromiso de nuestra vida; queremos causar buena impresión y el vehículo con el que debemos presentarnos lleva sin ser lavado desde ni se sabe. Por mucho que nos esmeremos jamás conseguiremos dejarlo totalmente brillante. Es imposible que circulemos con él sin que le caiga una mota de polvo. Para que llegue impecable a su destino habremos de darle el último toque justo ante la puerta de nuestro anfitrión.

Así le pasa a nuestro vehículo físico, ha de desenvolverse en un mundo en el que resulta imposible no “ensuciarse” y si queremos de verdad que resplandezca, habremos de cuidarlo hasta el último momento. Además, a diferencia de nuestro coche, nosotros llevamos manchándonos un incalculable número de años, la suciedad acumulada es enorme y desconocemos cuánto hay que limpiar y cuándo se nos presentará nuestro mayor compromiso, la cita ineludible a la que debemos llegar impecables… Lo único que podemos hacer es ponernos a limpiar cuanto antes sin pensar en lo que nos llevará lograrlo y procurando que en lo sucesivo se manche lo menos posible.

Waza, aporta diligencia, generosidad, entrega, constancia, serenidad, humildad, respeto, comprensión, desprendimiento…

Nos enseña que el dolor no ha de ser tenido por sacrificio si sabemos que es uno de los mejores métodos para ayudarnos a progresar y que, aceptándolo, duele menos y se hace soportable; pierde su teórica maldad y se convierte en virtud.

Acudiendo a otro higiénico ejemplo: Para que la ropa quede limpia hay que enjabonarla, restregarla, aclararla y retorcerla.

Waza es la forma activa de misogi que el Aikido adopta y de la intensidad y honestidad de su práctica depende el progreso. Hemos de trabajarla y trabajarla bien. Pero no hemos de mejorar waza para ser mejores técnicos, más expertos, fuertes o eficaces, hemos de mejorar waza para poder olvidarla cuanto antes, para estar cada vez más en armonía con nuestros compañeros, con nosotros mismos, con nuestro maestro, con nuestros familiares y amigos, con nuestro entorno social, con el Yo, con Dios.

Más sin precipitación, con paciencia. No podemos pretender resultados inmediatos. Las Grandes Almas, los Verdaderos Maestros, de todas las épocas y nacionalidades, dedicaron su vida por entero, cada minuto, cada segundo de sus existencias humanas, a purificarse y a buscar la Unión ¿Cuánto tiempo dedicó el Fundador a su entrenamiento espiritual? ¿Cuántas horas practicaba? ¿Qué tiempo dedicamos nosotros? ¿De cuánto queremos disponer? ¿Con qué intensidad entrenaba el Fundador? ¿Con qué intensidad entrenamos nosotros? Él dedicaba, como hemos dicho, las veinticuatro horas del día a su entrenamiento y lo hacía procurando involucrarse en cuerpo y alma. Nosotros dedicamos tres o cuatro horas semanales y buena parte de ellas lo hacemos sin poner más que lo imprescindible para no caer en un profundo sueño.

Estamos acostumbrados a tomarnos un analgésico para que nuestros dolores de cabeza desaparezcan rápido, a llevar el coche a un túnel de lavado para que en unos pocos minutos quede aparente, que no limpio…

Y las cosas en Aikido, en la Vía, no siguen ese ritmo. A veces (volvamos la asepsia), basta con una sola lavada para que la ropa quede limpia, otras hay que frotar y frotar, incluso golpearla contra las piedras para que la suciedad salga del todo. Pero esa aparente violencia sólo es una forma de dejar la ropa limpia; no se pretende romperla o estropearla, al contrario, se busca que quede lista para su uso.

De hecho, nosotros no sabemos a ciencia cierta ni el tiempo, ni el número de “lavados” que necesitamos, ni el brío con que hay que hacerlos. Estamos tan lejos de tener una visión objetiva y clara, que lo único que podemos hacer es, como hemos dicho, ponernos diligente y humildemente a la tarea y no pretender nada más que eso: practicar.

El entrenamiento constante y correcto de waza nos va introduciendo más y más en el verdadero sentido de los principios del Aikido: Al armonizar sin obstrucciones con el movimiento y la fuerza del compañero, también se irán coordinando las respiraciones; el ki se irá manifestando libre y estaremos ejecutando Ki-iku. Haciendo waza en armonía, estaremos realizando Toko-iku ya que nuestras acciones se corresponderán con lo que promulgamos y estaremos cumpliendo con los preceptos del Aikido tanto, material como éticamente.

Con esta forma de practicar, humilde y armónica, waza constituye en nuestro arte, el eficaz sistema de “depuración” que ha de ir eliminando las capas de pensamientos e ideas que impiden la clara visión, nuestra mente se acostumbrará a centrarse y nos iremos preparando para alcanzar Chi-iku. Indiscutiblemente waza es Aikido y Aikido es waza. Pero, depende exclusivamente de nosotros, de nuestra actitud y grado de implicación, que el waza que practiquemos sea Aikido. Así, si el Aikido sin waza no es Aikido, waza sin Ai-ki-do tampoco es Aikido.

Por cierto, ¿os habéis fijado? No hay una sola máquina de esas de lavado que no deje el coche churretoso y a medias. Ya puedes pagar la ficha más cara: con cera, abrillantador, lavado de bajos y toda la pesca, cuando sale, si queremos que quede algo parecido a bien limpio, hemos de darle un repaso. No hay manera. O no queda bien seco, con lo que el polvo se vuelve a pegar a los dos minutos, o el agua te deja unos estupendos churretes, casi siempre justo en el parabrisa y a la altura de los ojos… ¿Será premeditado?

Pido disculpas, pero no he podido sustraerme a expresar estos fútiles dilemas, ni más ni menos baladíes que la mayoría de los que nos preocupan en la vida de a diario.

Lucio Álvarez Ladera