TERESA Y AIKIDO, por Diego

Nada te turbe,
nada te espante,
todo se pasa,
Dios no se muda;
la paciencia
todo lo alcanza;
quien a Dios tiene
nada le falta:
Solo Dios basta.

Leyendo algunos poemas y fragmentos de textos de Teresa de Cepeda y Ahumada (Santa Teresa de Jesús), mística abulense del Catolicismo, encontré algunas similitudes con el Aikido.

En una primera y ligera lectura, puede parecer que ésta es una idea disparatada. Pero con tiempo, madurando, sintiendo…,  podemos comenzar a ver mensajes muy similares, entre el misticismo Cristiano-Católico de los textos de Teresa de Jesús, y el mensaje del Aikido.

La gran evolución de las Artes de Combate se produjo en Japón cuando con la llegada del Budismo a la Ínsula Nipona, que atravesó la basta China y el extremo de Corea, desde La India, los señores feudales japoneses y los propios guerreros, los Bushi, contemplaban cómo al invadir, asaltar y violentar los monasterios budistas, de reciente creación, los monjes permanecían absortos sentados en meditación, sin inmutarse por lo que ocurría alrededor, sin temer ni siquiera la muerte violenta que les esperaba. Permanecían inmóviles.

Esto les llamó poderosamente la atención. Qué era aquello que hacían estos monjes para llegar a no temer por la propia vida, a no alterarse por lo externo. Si conseguían aprender aquella destreza e inculcársela a sus guerreros, esto les convertiría en casi invencibles… Ese fue el origen del Bushido y, en modo alguno, una de las simientes del Aikido.

¿Acaso hemos de temer algo en la práctica del Aikido? Llevado a la vida cotidiana como forma de «toko-iku», ¿hemos de temer algo?

Pero, ¿por qué nos afanamos  ciegamente en intentar aprender de manera compulsiva, y sentir miedo o malestar cuando creemos que una técnica no nos sale bien, o no la «aprendemos» ?

Hace poco, un amigo comenzaba la práctica de Aikido. En su primera clase, en un momento en el que le correspondía trabajar como tori, con pánico en la mirada, me decía:    «No, no. No lo puedo hacer. No sé que he de hacer. No me he enterado de nada. No tengo ni idea. No puedo…».

 ¿Acaso no hemos pasado cada uno de nosotros por este escaloncito de pánico, humillación, sentimiento de «inutilidad», miedo, espanto, torpeza…? Qué es ello sino auténtica turbación y miedo…

Comencemos a reflexionar con el poema del encabezamiento… Como también lo hicieron los Bushi  tras sus experiencias en los templos que asaltaban:

 «Nada te turbe, nada te espante…».

Lo interesante, viene inmediatamente después, la solución a este gran problema,  a esta afrenta que lo externo o nuestro ego nos hace a nosotros mismos:

 «…todo se pasa…».

¡ Aleluya !

Menos mal… ¡ Todo se pasa ! Hay que ver…, con lo mal que nos sentimos, agobiándonos, humillándonos, maldiciéndonos a nosotros mismos… Muchas veces nos hemos cuestionado: «Quién me mandará a mí meterme en esto…».

Ponemos nuestra intención en todo lo que hacemos. Cuántas veces he oido en clase: «Quitad la intención». Qué gran secreto este en el Aikido… ¡¡¡Y EN LA VIDA !!!  En la intención suelen ir nuestras ganas por hacerlo bien, por agradar, por realizarnos… Cuando la verdadera realización no está en sí en lo de afuera (la técnica, la vida). La realización, la unión, está en el Musubi interior, la verdadera unión, que desde dentro se manifiesta hacia afuera a través de la técnica (de la vida). Ni más ni menos que: AI – KI

Y si esa verdadera unión de la que hablaba  O´Sensei,  Unión  cuerpo – mente – espíritu , se realiza dentro de nosotros… Será que siempre estará ahí. Las 24 horas del día, esperando a ser realizada…

  «…Dios no se muda…» .

Prosiguiendo con el poema, nos da una de las claves con más esencia que podemos aplicar a nuestras vidas, a nuestro Aikido:

«…la paciencia todo lo alcanza…».

¡ Madre mía !

Nos pasamos la vida exigiéndonos todo ya, cuanto antes, de la manera más rápida. Los estereotipos sociales, la publicidad reinante, las modas cotidianas, la vida moderna…, todo, es -aquí y ya-… Y con la celeridad con la que queremos y nos exigen conseguir todo, nuestras intenciones, deseos e incluso hechos, se desvanecen…

En Japón, al considerarnos a los occidentales tan inconstantes y tan ansiosos por lograr objetivos , decidieron inventarse los colores de los cinturones en la práctica de artes marciales… Así, desde niños, nos enseñan a ser blanco-amarillo, amarillo, amarillo-naranja, naranja, naranja-verde, etc, para ofrecer una motivación a nuestra inconstancia e impaciencia.

Si aplicamos de manera consciente, con verdadera fe, el principio de ser pacientes, lo que tenga que llegar, llegará cuando tenga que llegar (cuando estemos preparados). Podremos morir ancianos, practicaremos decenas de años Aikido, y seguiremos sin haber aprendido a realizar «Ikkyo». Entonces, ¿de qué preocuparnos? ¿Hemos de tener prisa por algo?

A donde puede llegar la paciencia, con amor y sinceridad, seguramente no llegue ningún otro principio en esta vida, y en el Aikido.

Observemos la naturaleza, el Universo… Tiene millones de años, y no le veo con prisas por llegar a ninguna parte, por obtener nada… Todo se mueve al ritmo que tiene que moverse. De una manera armónica. Todo está en equilibrio. Todo acontece como tiene que acontecer, a su debido tiempo, inexorablemente. Transformándose, moviéndose, como no podía ser de otra manera.

Copiemos pues al universo… Busquemos la transformación, el movimiento, desde la serenidad de la paciencia.

Llegamos al término del verso, a la conclusión a la que nos quiso llevar la autora.

Si aplicamos el no alterarnos, el principio de que todo ha de pasar, la idea de que siempre va a estar ahí esa unión interna esperando a ser realizada; podríamos concluir que hemos sido capaces de aislarnos y no alterarnos por lo externo, hemos sido capaces de vencer a nuestra impaciente mente, y nos encontraremos en disposición de realizarnos y unirnos en nuestro interior con la verdadera fuente, con el origen, con la luz y la resonancia que dio origen al universo, con el Aiki, en palabras de O´Sensei : «El amor del creador, que todo lo abarca, es la resonancia que sostiene y dio a luz al Universo».

Luego entonces, podremos concluir lo que Teresa nos dice:

«Quien a Dios tiene, nada le falta, sólo Dios basta».

Si has leído hasta aquí, ya has dado uno de los pasos importantes en Aikido y en la vida:

 «la paciencia…»  Jejeje.

Diego.

(Un afectuoso saludo a Paco Agüera, mi hermano, que sin él saberlo ha inspirado el poder escribir esta pequeña reflexión. (Que la lesión de rodilla no nos separe, y que la luz nos una)