A las puertas de pasar por “talleres” y por lo que pueda pasar, siento la necesidad de volver a pediros que reflexionéis, que recordéis; que analicéis vuestras decisiones y fijéis vuestras prioridades. Que seáis conscientes de lo que tratamos de inculcar en nuestra escuela.

 

Primera parte:

¿ENTENDEMOS DE VERDAD QUÉ ES EL AIKIDO?

“El Aikido es el funcionamiento maravilloso del Kototama y el misogi”. (Morihei Ueshiba) 

¿Entendemos qué quiere decir esto?

¿Entendemos de verdad lo que supone ser aikidoka?

¿O nos limitamos a adoptar una cierta pose dentro y fuera del tatami?

“El Aikido debe ser la base de nuestras vidas y debemos dedicarnos a establecer benevolencia, amor verdadero y sinceridad auténtica en todas partes”. (O Sensei) 

¿Entendemos esto?

¿Lo hacemos así? ¿Cumplimos Toko-iku? ¿Se ajustan nuestros actos a nuestras palabras, a lo que decimos practicar?

¿Estamos suficientemente implicados con el Aikido, con la escuela y con su maestro?

En cierta ocasión, hace ya unos años, hablábamos tres maestros compañeros de antiguo sobre la espiritualidad del Aikido, sobre las enseñanzas profundas, místicas, del Fundador. Dos, defendíamos la necesidad de hacer hincapié en ellas, la responsabilidad forzosa de insistir, (incluso aunque por entonces no terminábamos de comprenderlas -al menos yo-), de transmitirlas lo más honestamente posible. Llegado el caso sin tratar de interpretarlas, leyéndolas o comentándolas textualmente, tal cual nos llegaban a nosotros. El otro, incrédulo y desinteresado, defendía una postura opuesta. Para él tales enseñanzas carecían de importancia, no las consideraba ni tan siquiera una parte del aikido. Argumentaba, con cierto desdén, que O Sensei era excesivamente espiritual, que ese discurso y ese proceder quedaba bien para Ueshiba, pero que a él, aquello, ni le iba ni le venía. Desdeñaba a los practicantes que sí se tomaban en serio la espiritualidad del Aikido, tratándoles de blandos y pusilánimes. Tras larga y apasionada discusión le preguntamos que por qué si no creía en esa verdad del Aikido, si no le interesaban esas enseñanzas, si las consideraba inútiles y casi una farsa, se las citaba frecuentemente a sus alumnos durante los entrenamientos. Su respuesta puso fin a la discusión: “Yo en el tatami soy uno pero fuera de él soy fulano de tal –dijo su nombre-.  

O lo que viene a ser lo mismo: ¡Las digo porque queda bien!

¿No es esto mentir?, ¿no es hipocresía, inmoralidad, impostura, falacia?

Bien, reflexionemos, ¿es esa, consciente o inconscientemente, nuestra actitud? ¿Nuestros pensamientos, palabras y actos están regidos por el amor y la armonía; por la UNIDAD?, ¿o solo es ‘postureo’? Actualmente está muy de moda eso de dárselas de espirituales, cada vez es más ‘tendencia’. Pero la gran mayoría de las veces es solo eso, una pose que nos lleva a ser aún más petulantes, más pagados de nosotros mismos y más desdeñosos con los que no están en nuestro ‘rollo’.

 

Hace poco estuve en Barcelona ¡Qué bonita está Barcelona! ¡Qué ambiente, qué de actividades en calles, plazas, paseos, locales públicos y privados! Grupos de música de todo tipo, mercadillos, libros, comida, antigüedades, ropa, flores… ¡Vimos hasta una banda de rock japonesa!

¡Me encanta Barcelona!

Comentando estas impresiones y este sentimiento con una compañera de sendero espiritual catalana, instintivamente me salió un: “¿Y por qué me quieren quitar Barcelona?”

Esta amiga, nada separatista, muy al contrario,  profundamente integradora, me dijo. “Sí, yo pienso igual, pero por favor no lo comentes; entre nosotros hay algunas personas separatistas y podrían ofenderse”.

Y me estuvo poniendo al día, ilustrándome del sentir de muchas de estas personas.

¡Vaya –pensé- ellas sí pueden manifestar su posición, pero yo no!

Casi inmediatamente otro pensamiento vino a mi mente inundándola de una vivificante corriente conciliadora: Tiene toda la razón. Si defendiendo mi opinión y me enfrento a la opinión de otro, provocando así una pugna, una discusión, ¿no suscitaría esto un trastorno en la corriente de amor que reinaba entre nosotros? Lo cierto es que el trato que estábamos recibiendo por parte de todos los allí presentes, ya fueran separatistas o no –resultaba imposible diferenciarlos- era mucho más que correcto, era exquisito, cálido, afectuoso, el amor se hacía evidente, podía palparse. Si provoco un enfrentamiento, pensé, ¿no estaré comportándome tan intransigentemente como los radicales, no me estaré mostrando igual de radical? ¿A qué lleva tal actitud?, ¿dónde desemboca? ¿Es que en el fondo no es tan válida su argumentación como pueda serlo la mía? ¿Por qué ha de prevalecer mi razón sobre la de otros? ¿Con un comportamiento tal, cerrado e intransigente, estaré siguiendo el sendero del Aiki, de la armonía y el amor? ¿Del amor a qué?, me pregunté, ¿del amor a mis razones, a mis opiniones, a mí mismo, a mi ego? ¿Qué derechos tengo yo sobre cualquier porción de la Tierra que no puedan tener otros? ¿No somos todos miembros de una misma familia universal? En el fondo, ¿qué son las fronteras?, ¿quién las ha marcado? Son líneas divisorias decididas por seres humanos (los gobernantes de turno) que determinan  y fijan una separación física y, sobre todo, un interés económico particular de quienes las han decidido. Barreras para acotar un a zona de poder. Como todo lo material son cambiantes, nacen crecen y mueren indefectiblemente. No tenemos más que echar un vistazo a los mapas históricos del mundo,  ¿son las fronteras de Europa las mismas que eran hace tan solo unos pocos años?, ¿o las de Asía, o de África?, ¿dónde están ahora Yugoslavia o el Tíbet?, por poner un ejemplo. ¿Dónde han ido a parar Zanzíbar o la República de Crimea?, por poner otro. Las fronteras del país en que vivimos han ido cambiando a un ritmo vertiginoso, muchos de los españoles del siglo XX ahora tienen gentilicios completamente diferentes. Y lo más importante, ¿porqué soy español, francés, chino, somalí o japonés? ¿Simplemente por que he nacido en una zona que alguien con suficiente influencia, por defender sus propios intereses -sus propiedades, sus riquezas, su ámbito de poder-, ha decidido que se llame así? ¿No es la misma razón, “he nacido aquí”, que arguyen quienes piden la separación, la tan ponderada independencia?

Y además, ¿por qué ponernos límites? La casa donde he nacido está en una calle, esa calle en un barrio, ese barrio en un pueblo o una ciudad que, a su vez, se encuentran en una provincia que está en un país, que pertenece a un continente que está en la Tierra, que está en el Sistema Solar, que pertenece a La Vía Láctea que está en el Universo…

 

“El Universo no tiene límites; su verdad tampoco tiene fronteras”.

“La vida eterna es nuestro núcleo; el universo está dentro de nuestro ser”.

“Somos uno con el universo”. (Ueshiba Sensei)

 

¿Y cómo podrás avanzar por este camino del aiki si sólo te preocupas de tu progreso? Tú mismo te marcas las fronteras, tú señalas tus límites. Vuelve al núcleo. No eres distinto. El Universo está dentro de nuestro ser. Nada hay que no sea Dios.

¿Por qué ponernos límites?

Y además, ¿qué es realmente esa independencia, esa independencia por la que morimos y matamos a nuestros iguales? ¿Es que vale más un puñado de tierra, o cualquier otra razón, que una vida?

Como dice la canción de Jorge Drexler

Por cada muro un lamento
en Jerusalén la dorada
y mil vidas malgastadas
por cada mandamiento.
Yo soy polvo de tu viento
y aunque sangro de tu herida,
y cada piedra querida
guarda mi amor más profundo,
no hay una piedra en el mundo
que valga lo que una vida.

 

Y además, ¿independencia de qué o de quién?, ¿es que somos libres?, Mientras no limpie mi propio corazón mis sentidos seguirán presos, jamás seré libre, seguiré estando esclavizado por mis pasiones, por los convencionalismos, por mis condicionamientos: por el ego.

Y además, ¿es que acaso es mejor –o peor- ser español que francés, o inglés que keniata…, o al revés? ¿Por qué he de tener yo privilegios o preferencias sobre nadie, sea quien sea y venga de donde venga? ¡Todos vivimos en el mismo planeta! ¿Cómo se han marcado las fronteras? Por medio de guerras de poder se han ganado y/o perdido territorios. Por guerras en las que nos hemos matado entre seres humanos. Reflexionemos: ¿qué intereses hemos defendido con nuestras vidas? ¿Defendemos la armonía, el amor la igualdad, la unidad? Las banderas son símbolos de guerra, de separación, nacieron para que en el fragor de la batalla se pudiese distinguir a quienes había que matar y a quienes no; a los que eran de un bando o del otro.

No es este texto un juicio hacia nadie, ni hacia ninguna idea, no es una arenga antisistema. La armonía y el amor no crea disturbios. Es una llamada a la reflexión, a que os deis cuenta de la superficialidad de todas las cosas mundanas, incluso aquellas que consideramos ‘sagradas’. Todas han sido planeadas por los seres humanos, no tienen por tanto ni realidad ni duración verdaderas, no son ni eternas ni inmutables. Sagrado es solo lo creado por Dios, atentar contra una vida es atentar directamente contra él.

 

Más versos de la canción de Drexler:

No hay muerto que no me duela,
no hay un bando ganador,
no hay nada más que dolor
y otra vida que se vuela.
La guerra es muy mala escuela
no importa el disfraz que viste,
perdonen que no me aliste
bajo ninguna bandera,
vale más cualquier quimera
que un trozo de tela triste.

 

¡Lo contrario a lo que dice el Fundador que es el Aikido!  

“El verdadero guerrero es invencible porque no lucha con nadie. Vencer significa derrotar la idea de disputa que albergamos en nuestra mente”. 

¡Qué tranquilidad experimenté al desechar de mi mente la idea de posesión. Al sentir que en mí prevalecía la UNIDAD!

Es cierto que llevo muchos años pensando de este modo –la igualdad entre todos los seres-, pero por un momento me dejé llevar por la pasión, por una cierta emoción, una pena. Sentía que trataban de despojarme de algo que admiro y amo y, que de alguna forma, consideraba de mi propiedad. ¡Pero es que ese no es un sentimiento real, sino creado, inventado, inducido por un falso sentido de posesión! En realidad, ¿qué me pertenece? ¡Nada, absolutamente nada! Nada de lo que creemos poseer es nuestro. No nos pertenece lo que hemos adquirido con dinero, ni lo que hemos conseguido con nuestro esfuerzo; ni casas, ni negocios, ni familia, ni amigos…, conque mucho menos la tierra que pisan mis pies. ¡Si ni siquiera nos pertenece el cuerpo que nos aloja!. Todo lo del mundo es del mundo. Cuando muramos, absolutamente todo lo del mundo se quedará en el mundo esperando su propio proceso de destrucción. Posesiones, amores, conocimientos, tendencias políticas, sociales, religiosas…, ¡Todo lo del mundo pertenece al mundo y en él se quedará!

El cielo y la tierra son duraderos.

Son duraderos porque no existen por sí mismos ni para sí mismos.

Fueron creados por el Tao y existen para el Tao. (Tao te King)

 

Nada nos pertenece. Nada es nuestro. Solo somos huéspedes, no propietarios. Estamos aquí de paso.

 

En cambio, como dice el Fundador:

“Crear disturbios en este mundo es el peor de los pecados. Limpiad vuestro corazón y liberad vuestros sentidos; entonces podréis actuar libremente sin obstrucciones y el camino espiritual se volverá claro”.

 

Es mi corazón el que he de limpiar; y mientras no sea esa mi principal prioridad, ni estaré en el sendero del Aiki, ni seré más que un farsante que dice una cosa por un lado y luego, por otro, piensa, habla y hace lo contrario de aquello que declara seguir y practicar.

O Sensei, ya cercano a la muerte, dijo: ‘Vuelvo la vista atrás y no veo a nadie seguir mis pasos’.

Comprendo el tono desencantado del Fundador. Aunque uno no debe apegarse a nada ni a nadie de este mundo, para las personas que difunden una enseñanza no deja de ser un poco triste el ver que sus discípulos no han comprendido su mensaje, que se extravían.

Si por mor de mis ideas u opiniones me creo distinto del resto de la humanidad, o con más derecho que otros sean quienes sean, vengan de donde vengan y tengan o no mi mismo credo religioso o político, ¿cómo podré decir, sin que se me caiga la cara de vergüenza, que sigo un sendero espiritual, que soy aikidoka?

¿Es eso lo que entendemos por la Vía del Amor, es eso UNIDAD?

“Debéis saber que vuestro ser y todas las cosas del Universo son lo mismo. Vosotros sois hijos del Universo. Cada uno de vosotros es hijo de Dios, y por ello debéis actuar en concordancia y prevenir el desorden en el mundo. Debéis proteger y salvaguardar todas las formas de vida”. (Morihei Ueshiba)

Cada uno, no unos sí y otros no. ¿Qué derecho tenemos entonces a juzgar, a reprobar, a insultar, a condenar? Si nuestro ser y todas las cosas –incluidos, lógicamente, todos los seres humanos- somos lo mismo, ¡lo mismo!, cuando juzgamos, insultamos y condenamos, ¿no nos estamos juzgando, insultando y condenando a nosotros mismos? Si nuestro ser y todas las cosas –incluidos, lógicamente, todos los seres humanos- son lo mismo ¡lo mismo!, cuando alguien, de nuestra familia,  de la casa vecina o del otro extremo del mundo, comete una falta, un delito, o padece una desgracia, o necesita ayuda, ¿no seremos, igualmente, nosotros quienes delinquimos, sufrimos o necesitamos auxilio? ¿Qué diferencia habrá? ¿Qué derechos u obligaciones que reclame para mí negaré para los demás? Todos somos lo mismo. Todos sin excepción tenemos las mismas obligaciones y los mimos derechos. 

 

“Como todas las cosas funcionan en concordancia con el Amor, todas las cosas son,

efectivamente, un mismo cuerpo, la Mente Universal. Los dioses y la humanidad son uno”.

(O Sensei)

 

No soy mejor que nadie, nadie es peor que yo. A nada ni a nadie he de llamar contrario.

Si una responsabilidad tengo en la vida, es mejorarme a mí mismo: purificarme.

Si tengo una misión, es la de fundirme con el Amor Universal,

con la divina Fuente de la que todo proviene. (L.A.L.)