Los diferentes estilos de aikido ¿desunión?… por Lucio Alvarez

El Aikido es un arte y, como todo arte, exige de sus intérpretes creatividad. Es, más que normal, necesario que cada aikidoka, llegado a un punto, desarrolle su propia interpretación del Aikido. Incluya su impronta.

Hasta aquí no hay discrepancia alguna. La estructura física y psicológica, la cinética, la biomecánica del «danzante» aikidoka, da forma a la «danza» del Aikido. Por lo cual, las formas pueden ser, deben de ser, múltiples. Tantas como aikidokas…

Pero, no el fondo.

La esencia de la Vía siempre tiene que ser la misma. Siempre es la misma.

Y es aquí donde surgen los problemas; cuando tratamos de cambiar la esencia y nuestras manos se extienden, exigentes, palmas arriba. Cuando -me apropio de las palabras de Jesús Chenoll- pretendemos y afirmamos que nuestro aikido «lava más blanco» y menospreciamos y, hasta ofendemos, el de los demás.

La Divinidad creó a los humanos y los humanos creamos las diferencias.

Nunca es la Vía la que varía, somos las personas las que intentamos trasformarla, amoldarla a nuestros intereses o criterios particulares. Aprovechar lo que nos interesa y desechar lo demás.

Fatuos, creemos ser capaces de trasformarla y llegamos, incluso, a creer que la trasformamos…

O simplemente, ¡nos importa un bledo! El Amor, la espiritualidad, etc., etc., no son más que paparruchas, memeces de pacatos meapilas o argumentos de venta y sólo buscamos una distracción, un método de preparación física, de defensa personal, de llenar los bolsillos, de recuperar el dinero invertido… o ¿cualquiera sabe qué?

¡Sólo hay un Aikido!

El Arte del Amor manifestado y difundido (que no creado) por Morihei Ueshiba, es el que es, y no caben interpretaciones respecto a su ser, sólo a su forma.

Si los diferentes nombres de escuelas y estilos, sirven nada más que para identificar y definir eso, escuelas y estilos, son perfectamente legítimos. Si pretenden definir otro espíritu diferente del que nos enseñó O Sensei, y no se ajustan a los principios de Amor, Armonía, Unión, Paz, no únicamente físicos, sino, y sobre todo, espirituales que él nos legó, sencillamente:

¡No son Aikido!

A los que nos interese el mensaje esencial del Aikido, como lo especificó Ueshiba Sensei, esas posturas, esas opiniones, esas actitudes, no deben preocuparnos en absoluto.

En cuanto a la falta de unidad entre grupos, no es tal en lo tocante a los que practican Aikido. Respecto a los, cada vez más abundantes, grupos que sólo buscan el provecho personal de sus cabecillas de una u otra forma –prestigio, reconocimiento…, dinero en definitiva-, como ya hemos dicho, no nos interesan lo más mínimo. ¡Ojo! No por desprecio, sino porque nuestra meta está absolutamente alejada de sus fines y entrar en su juego, aunque nada más fuese por curiosidad, sería hollar un camino que no haría más que apartarnos del nuestro y hacernos perder el tiempo. Nada que nos pueda servir pueden ofrecer sus métodos, sólo confusión y engaño. Esto, para los que ya tienen claro su objetivo, no representa ninguna tentación o peligro pues, en ningún caso, pueden sentirse alicientazos ya que conocen perfectamente lo errado de esas propuestas.

Los principiantes o ajenos a la verdadera esencia del Aikido sí pueden caer en el engaño. A estos últimos, un consejo:

¡No os fiéis de las palabras que salgan de las bocas de los profesores, ya sean estos sinceros aikidokas o no, sean quienes sean, se llamen como se llamen, provengan de la escuela que sea o tengan la experiencia que tengan!

Cotejadlas con las que salieron del Fundador, sobre todo a partir de haber definido su arte con el nombre de Ai-ki-do. Si lo que os dicen coincide con ellas, todo en orden, si no… Vosotros mismos.

¿Por qué no entrenan juntos los que hacen Aikido con sinceridad? ¿Por qué no se reunen? ¿Por qué no se afilian?

Hace unos años, el número de maestros de Aikido era muy escaso en Europa, y más aún en España. Se requerían, por esa razón, cursos impartidos por algún maestro cualificado que generalmente venía de fuera. Dichos cursos, por la carencia de profesorado mencionada, reunían a numerosos aikidokas venidos de todos los puntos geográficos. Pero desde hace ya algún tiempo, existe en nuestro país un nutrido grupo de maestros suficientemente preparados que pueden cubrir la enseñanza en casi cualquier parte de España, y ya no se hacen precisos aquel tipo de cursos; siendo más habitual y más lógico -por la cercanía, la continuidad y seguimiento de la enseñanza, y porque ya sabemos dónde nos metemos- los que organiza cada escuela alrededor de su maestro. No obstante, hay multitud de medios para informarnos de los encuentros de Aikido que se celebran con cierta asiduidad, tanto a escala nacional como internacional. En nuestras manos está el asistir o no. Por mi parte no tengo ningún inconveniente en aconsejaros al respecto. Acabamos de hacerlo con el curso que impartía Kitaura Sensei en Logroño.

Pero la Vía de la Unión nada tiene que ver con el número. La Unión es cosa de uno. Siempre es cosa de uno. Es cosa de uno, y esa es nuestra verdadera y única misión en esta vida:

«Estás aquí con el solo propósito de darte cuenta de tu divinidad interior y manifestar tu iluminación innata. Alimenta el Amor en tu propia vida y luego aplica el Arte a todo lo que encuentres.»

«El Arte del Amor comienza contigo. Trabaja sobre ti mismo y con la tarea que te ha sido asignada en el Arte del Amor.»

(Como ya le dije a Chenoll he cambiado «Paz» por «Amor» porque es la definición última que dio el Fundador a su arte. «Paz» es una definición más adecuada a Aikibudo y menos acorde con el sentido de estas frases. Las interpretaciones de Ai son diversas. El Fundador les fue dando distintos sentidos, todos ellos sinónimos, pero, amor, es el más preciso. Igual pasa con Ki. Se suele traducir como energía, pero también quiere decir, espíritu, así pues, parece más preciso traducirlo como energía espiritual, o la energía de Dios; lo que en la religión Católica equivaldría al Espíritu Santo.)

Volvamos a donde nos quedamos.

En las frases trascritas del Fundador, queda patente que es hacia uno mismo hacia donde debemos dirigir nuestros esfuerzos y nada tienen que ver los demás en el «solo propósito» por el que nos encontramos aquí: el proceso transformador de nuestra engañosa materialidad en el ser espiritual que es nuestra verdadera esencia. La Unión no es con los demás, es con nosotros mismos y sólo se lleva a cabo en nuestro interior. Nada externo nos va a dar esa Unión.

Igual que es frecuente sentirse sólo y vacío estando rodeado de una multitud de gentes, en medio de una calle abarrotada o entre la algarabía de una fiesta, y pleno y sin carencia en la profunda soledad de la una cima, en medio del océano, entre las paredes de la celda de un monasterio o una habitación aislada, no se precisa de la anuencia, comparación o compañía de otros «grupos», ni de nadie, para realizarnos por la práctica del Sendero del Amor. No vamos a hacer mejor nuestro Aikido porque seamos muchos.

Cuando se ha efectuado la Unión entre uke y tori ¿dónde estarán uke y tori? La Unidad no está en la compañía.

¿Qué más puedo añadir a la Unidad?

El dos es ilusión, sólo hay el Uno,

Y sólo lo Uno, es Uno.

Y, por otro lado, ¿quiénes somos nosotros para decirles a los demás qué deben y qué no deben hacer? ¿Qué nos importa la interpretación que cada cual haga? ¿Nosotros somos sinceros y trabajamos? Pues eso es lo que importa. Dejémonos de polémicas. De si esto es admisible o inadmisible ¿Dónde está nuestra humildad? ¿Es lo coherente lo que a mí me parece que lo es y lo que no, no? Este es un trabajo de práctica personal; únicamente de práctica personal. ¿Qué estamos practicando si caemos en el error de creer que mi parecer es el que debe constar? ¿Dónde está la armonía? Volvamos la vista hacia nuestro interior. Ahí está la verdad.

Estamos tan lejos de ver qué es coherente y qué no lo es…

El mundo es como una gran representación teatral, como una gran opera. Una enorme orquesta: un nutrido coro; bailarines, solistas, figurinistas, iluminadores, decoradores, tramoyistas… Cada cual a lo suyo y organizados en partidas homogéneas. Los metales con los metales; las cuerdas con las cuerdas… La orquesta en el foso, las voces en el escenario… Y dentro de cada grupo cada uno con sus afines: el clarinete se sienta junto a otro clarinete; los fagots con los fagots, los violines con los violines, los chelos con los chelos. La percusión aquí, el piano allí… Las voces agudas a un lado, las graves, al otro… Cada sección a cargo de un responsable: el jefe de tramoya, el de luces, el primer instrumentista… Y el director. Si yo hago mi trabajo sin meterme en el de los demás, el resultado será armónico y si no, no. Pero hay más: cada uno, desde su situación con respecto a los demás, no puede ver el resultado total; no es consciente de si falla otro instrumento. Si acaso los que le son más próximos y afines. Pero, ¿qué sabe el contrabajo si el saxo tenor lo hace bien o no? Y el encargado de las luces, ¿qué capacidad tiene él para juzgar el trabajo del segundo violín? ¿Y la ofíciala de sastrería, que puede ser hasta sorda, para saber si ha pulsado un pistón en el tiempo justo o un instante tarde el trompetista?

Cada encargado tiene su misión específica y en manos del director está el guiar a todo el conjunto para que lo que suene al final se ajuste a la partitura y a sus criterios musicales. Cuando él nos lo indique entraremos, subiremos, bajaremos, correremos o callaremos. Nosotros tenemos en nuestro atril nuestra particular partitura, que puede coincidir con los que tocan el mismo instrumento y a la vez y que será totalmente distinta de la de otros instrumentos. Si de todas las partituras sólo escucháramos interpretar una, es más que probable que ni tan siquiera reconociésemos la melodía. Un ejemplo paradigmático: la de los platillos.

Cada cual a lo suyo y cada uno pendiente sólo de las indicaciones del director y de cumplir con su cometido. Eso es trabajar para el conjunto, para todos: cumplir con lo que a mí y sólo a mí ha sido encomendado. Eso es coherencia y armonía.

Pero siempre pretendemos educar a los demás antes que a nosotros mismos, tachando de egoísmo precisamente a la total entrega a la tarea particular encomendada, que es la forma de que el conjunto suene armónico.

Si aún estamos menos que en pañales, ¿qué vamos a arreglar de los demás?

Y ningún arreglo llega del exterior. Por más que busquemos arreglos exteriores nada conseguiremos. Es a nosotros a quien debemos arreglar. Es en nuestro interior donde está la solución.

«El Arte del Amor comienza contigo. Trabaja sobre ti mismo…»

En cuanto a la competición de cualquier tipo y a la evolución…

El Fundador prohibió taxativamente cualquier tipo de competencia. Y esto comprende también la competencia interna.

La Verdad no puede evolucionar ni involucionar, es inmutable. Si está sujeta a cambios no es La Verdad; sólo será una verdad parcial, relativa y, por lo tanto, efímera, pasajera. En el camino hacia la Verdad Absoluta puede haber muchos medios de trasporte hasta llegar al vehículo definitivo pero todos ellos son invariables en lo esencial.

Si buscamos en el Aikido una Vía sincera, de mayor o menor alcance, que, cuanto menos, nos lleve a ese vehículo final, no podemos hablar de evolución, de antiguo, moderno, eficaz… No podemos hablar de diferentes Aikidos. Ni, tampoco debemos perder el tiempo ocupándonos de lo superfluo, pues cuando queramos darnos cuenta habremos perdido nuestra oportunidad de viajar o nos encontraremos en el camino equivocado.

Resumiendo:

Aikido sólo hay uno, el que difundió Morihei Ueshiba. Si las diferentes escuelas ajustan sus principios a los promulgados por el Fundador, estarán practicando Aikido. Si se varían o se manipulan dichos principios utilizándolos como argumento promocional y luego no se ponen en práctica, por muy técnicas, estéticas o contundentes que sean, no serán escuelas de Aikido aunque adopten este nombre.

Si queremos saber si estamos en el camino que marcó O Sensei, no hemos de fiarnos de las palabras de nadie. Hay que consultar, estudiar profundamente lo que él dijo y compararlo con lo que nos cuentan.

La Unión no surge de la acción externa, sino de la realización personal. Dejemos que los demás sigan su camino. No hay desunión entre quienes practican el Sendero del Amor, estén juntos o al otro lado del mundo. No hay desunión entre los verdaderos practicantes del Arte del Amor y el resto del universo. El verdadero aikidoka extenderá sus manos hacia abajo, para generar amor y vida (ki), para dar, y, siempre humilde, no exigirá nada a nadie salvo a sí mismo. La Unión surgirá de dar: dar, haciendo Tai-iku; dar, para lograr Ki-iku y dar, cumpliendo Toko-iku, para poder llegar a Chi-iku. Eso es lo esencial, y lo demás es accesorio.

El entrenamiento del Aikido, pese a lo que pueda parecer, puede hacerse con compañeros o no. Será más favorable, más ameno…, practicar en un dojo y con compañeros, pero:

«No son necesarios edificios, dinero, poder o prestigio para practicar el Arte del Amor. El cielo está exactamente allí donde te hallas y ese es el lugar para entrenarse.»

«Todas las cosas, materiales y espirituales, surgen de la misma fuente y están relacionadas como si formaran una familia. El pasado, el presente y el futuro están contenidos en la fuerza de la vida. El universo emergió y se desarrolló desde una fuente única, y nosotros evolucionamos a través del proceso óptimo de unificación y armonización.»

Aunque se podría haber llenado varios folios con las citas de Maestros de todas las nacionalidades y épocas, las que he utilizado (salvo las que están en cursiva) pertenecen a O Sensei.

Lucio Álvarez Ladera