Diario de un budoka (II) ……sin autor conocido . (Fuente:Internet)

 

El cinturón negro

 

Tod@s nosotr@s, al presentarnos a la idea de comenzar a practicar el Do del Aiki (*), nos planteamos como meta el avanzar, mejorar, aprender y hacer lo necesario para llegar, al fin, al cinturón negro.

 

Todos, y sin temor a equivocarme, sin excepción nos vemos reflejados en nuestro cinturón blanco. Lo primero que se nos viene a la mente es la analogía del papel o el lienzo de un artista: El budoka recién iniciado se ve a si mismo como un lienzo donde el cual serán vertidos los colores para formar una obra maestra, un maestro en la obra. De a poco se vierten los colores en este lienzo: amarillo, anaranjado, púrpura, verde, azul, café, rojo(**)… hasta lograr que este lienzo blanco se haya desarrollado a si mismo y logre llegar a estar “lleno” de sabiduría y conocimiento, hecho simbolizado con la cinta negra.

 

Pero mientras más me adentro en este camino, en el Do, comprendo que no es un tema de llenado, ocupar un espacio vacío.

 

Cuando llegamos al dojo no somos recipientes vacíos que quieren ser llenados, somos personas llenas de cierto conocimiento y actitudes que la vida se ha encargado, a través de la experiencia, de formar un bagaje dentro de nosotros. Así, no llegamos vacíos al dojo, sino que todo lo contrario, llegamos llenos tanto de virtudes escondidas como de defectos declarados. Somos una construcción rígida que busca soltarse en el dojo.

 

La práctica, lo que realmente hace, es hacernos olvidar lo que ya hemos aprendido, nos limpia, nos sanea de todas las imperfectas pretensiones que nos construimos al comenzar el entrenamiento. Es un acto de desprendimiento de todos los dogmas que nuestra sociedad nos ha enseñado que de forma inconsciente hemos adquirido.

 

Así la analogía cambia: al llegar al dojo brillamos completamente, nos encandilamos nosotros mismo con nuestra poca humildad, nuestra pereza, nuestras faltas de respeto y la poca conciencia del otro. Así, cada paso que damos nuestra incandescencia disminuye: nos reconocemos débiles, nos reconocemos sólo hombres, logramos entender que no lo sabemos todo, que en realidad sabíamos menos de lo que siempre quisimos pensar, y llegamos a un estado tal de humildad y sintonía con todos y todo lo que nos rodea que esa incandescencia, que ha ido desde un brillante blanco a una oscuridad silenciosa y abnegada, entonces, en la oscuridad del negro (que alguna vez pensamos era la meta) se nos muestra el verdadero comienzo de todo. Recién estamos realmente vacíos para comenzar un nuevo camino y comenzar a aprender de nuevo.

 

Les contaré si es así cuando logre vaciar mi corazón y comience en verdad a caminar, cuando Sensei me comunique que estoy listo para abrazar esa oscuridad y que es hora de emprender el viaje.

 

Continúa en Diario de un budoka (y III)