El “Zen” es una de las escuelas budistas más conocidas y apreciadas en Occidente. Con el popular nombre japonés “Zen” suele aludirse en realidad a un abanico muy amplio de escuelas y prácticas de este tipo de budismo en muchas regiones de Asia.

De una manera más coloquial o de uso cotidiano, y habiendo dado un giro a la etimología del término y convirtiéndolo en algo comercial, entendemos como “Zen” todo aquello que es minimalista, ordenado, limpio, en colores blancos, apenas rotos por algunos granates, naranjas, negros, marrones, o verdes de la naturaleza. Espacios salpicados por un sutil y continuo ruido de agua decantándose de recipiente en recipiente. Una dulce melodía de flauta o teclado japoneses… Es decir, algo limpio, minimalista y concreto, donde el espacio toma importancia y la luz de coloración blanca tiene predominancia.

Parece que al entrar en algún lugar de estas características nos sentimos bastante a gusto. Es como si de verdad nos sintiéramos por momentos en paz con nosotros mismos, en armonía con el entorno. Algunos, probablemente no pocos, nos hemos sentido tentados a desear un espacio así en nuestro hogar. Un espacio donde sentir la tranquilidad, relajación, bienestar… Paz.

Quizás sentimos por momentos que en un lugar así, la mente puede bajar la cadencia de pensamientos, recuerdos y ensoñaciones a las que nos tiene acostumbrados, y que quizás eso nos induzca al bienestar, el descanso, y hasta mejore el aprendizaje de todo aquello en lo que nos hallamos inmersos.
Hasta el aire parece más limpio, nuestro cuerpo más ligero, nuestro pensamiento más liviano, claro y conciso, nuestra mirada más relajada, nuestra respiración más sosegada. En definitiva, apreciamos estar abiertos o más cercanos a encontrar nuestra esencia. Nos sentimos capaces de sacar y compartir lo mejor de nosotros mismos al hallarnos inmersos en esta atmósfera embriagadora de… ¿minimalismo?.

Eso nos gustaría copiarlo y trasladarlo a nuestro hogar. Aysssssss, nuestro hogar… Ese maravilloso lugar. ¿Imaginamos un espacio “Zen” en nuestra casa? Salón amplio y luminoso con un sofá, mesa bajita, decoración de piedras y una pequeña estatua junto a un jardín seco, de fondo una fuente con un suave sonido de agua que juega a caer de vasija de piedra en vasija de piedra, cocina con pocos elementos, habitación amplia con cama futón, una gran ventana, un pequeño mueble… Y mucho espacio. Alguna planta de verde intenso, unas cañas de bambú, unos cojines de lana, un cuadro con la sonriente cara de un buda… No hace falta más. Lo mínimo. Lo imprescindible. No querríamos meter nada más en nuestro espacio.
Vaciaríamos nuestro actual espacio y desearíamos un lugar así… Yo, al menos.

Cuando practicamos Aikido no hemos de perder de vista que nuestro hogar, el espacio que nos ha sido concedido como préstamo para vivir esta experiencia humana, es nuestro cuerpo y nuestra mente. Durante la práctica olvidamos con frecuencia que hemos venido aquí a limpiar, casi a “desaprender”; y así, durante la misma, no somos capaces de ver que “nuestro hogar” permanece lleno de cosas inútiles, de recuerdos del pasado, de ventanas obstruidas a la luz, de objetos inservibles. Y así, somos incapaces de trascender los miedos, las dudas, la rigidez, las limitaciones del cuerpo y de la mente.

Queremos hacer de “nuestro hogar” un lugar “Zen” pero no tomamos conciencia de limpiar (“misogi”), de ordenar, de hacer espacio y de dejarnos llevar por el sonido del agua fluyendo con naturalidad, de la claridad de la luz blanca, de la libertad que nos aporta el sacar la basura de nuestra mente, de nuestro pensamiento, de nuestra existencia.
¿Es acaso esto una experiencia espiritual? Yo diría, que al menos, se le parece.

Por eso, en la práctica de Aikido es importante el “misogi”, la limpieza, vaciar nuestro cuerpo, nuestra mente, de basura, de miedos, de pensamientos, de prejuicios, de rigidez… Y hacer espacio, un espacio libre de juicios e ideas preconcebidas. Y esa limpieza, esa liberación, ese espacio; ¿para qué?. Precisamente para la nada.

“Si no te fundes en el vacío de la pura nada jamás encontrarás el Sendero del Aiki”. (Morihei Ueshiba)

Todo esto nos ayuda a contemplar nuestra esencia, para acercarnos a lo que somos, para liberar al Ser que llevamos dentro y se siente preso en la cárcel del cuerpo y la mente. Para, de alguna manera, ¿“sentirnos Zen”?.

Al menos, a través de nuestra práctica, podemos abrir una ventana a nuestra verdadera esencia, y si a quien corresponde le parece oportuno, seremos atraídos hacia la esencia y realidad prima y final del Universo, el “Kototama”.

Ahí reside nuestro lado divino, que está en todos y cada uno de nosotros.

“Entrenaos para unificar lo divino y lo humano”.
“Purificad vuestro corazón por vuestra cuenta y no dependáis de los demás para hacerlo. Utilizad la espada del espíritu para cortar lo que os ata”.
“El funcionamiento sutil del Kototama limpia el mundo y purifica el cielo, la tierra y las naciones del mundo. El Aikido es para aprender de los dioses y seguir los principios internos de todas las cosas”. (Morihei Ueshiba).